Una nueva campaña electoral. Ésta de rebote. Y percibo que los ciudadanos estamos cansados. Aunque en este país nunca se sabe. Y más habida cuenta de que los sondeos muestran un buen resultado para la derecha; sondeos según los cuales bien podrían volver a desgobernarnos los neocon otros cuatro años, haciendo buena la sentencia de Jose Luis Ayala de los pobres esclavos que se amarran a sus cadenas, lo cual no parece estar muy lejano, en nuestro contexto, a la realidad.

Y es que ya, en realidad, no se trata de ser de izquierdas o de derechas en este país, sino de ser o no idiota de remate y sin solución; a excepción, por supuesto, de ese 10% de españoles, los más ricos, que han visto incrementadas en un 40% sus fortunas con el desgobierno del Partido Popular. Como dios manda. Y al resto, que les den, como dios manda también. Pero insisto, según las encuestas buena parte de españoles de clase media (la que casi ya no queda) y de la otra, la que abunda, esa nutrida por los tantísimos españoles que pasan hambre o que apenas llegan a fin de mes, volverán a votar al Partido Popular. Porque quizás seamos un país de masoquistas, o quizás porque somos uno de los países en los que menos se lee de Europa; y vivir sin leer es peligroso, porque te hace creer lo que cuentan advenedizos, embusteros y charlatanes. Y así nos pasa.

Ahora es tiempo de mentiras. Las necesarias para manipular esas conciencias que se convierten en votos en el día de las Elecciones. Ahora estamos escuchando a la derecha hablar de promesas, de crear millones de puestos de trabajo, de bajar impuestos, de apoyar a los más débiles. Ahora la derecha se deshace en regalos verbales que enturbien de nuevo las entendederas de esos miles de españoles sin capacidad de análisis ni de crítica, y que venden a muy bajo precio su ignorancia política al mejor postor. Ahora son los tiempos de los bla, bla, bla soporíferos e interminables. Nos rodean las más grotescas mentiras, las mayores manipulaciones ideológicas. Los que han dejado a medio país sin trabajo y han enviado a varios millones de españoles a trabajar al extranjero, como en tiempos de Franco, se ponen medallas a sí mismos por lo bien que lo han hecho, y mejor que lo harán, dicen. Y algunos les creen.

Cospedal teme a un gobierno de Podemos, dice que con ellos retrocederemos cuarenta años, cuando ella y su partido han conducido al país a condiciones económicas, políticas y sociales más que cercanas a la dictadura; esa dictadura que a día de hoy siguen los del Partido Popular sin condenar. Y habla Cospedal de democracia ¿Qué sabe ella de democracia que no sea asolarla? También los obispos hacen campaña y dicen temer a Podemos. Lógico. No hace falta que nos lo juren. La Iglesia es, por definición, totalitaria, tirana y antidemocrática. Prefieren las dictaduras. En España, como en todos los países de su órbita, se sabe, o se debería saber, muy bien. Como se sabe, o se debería saber si en este país se confeccionaran los currículums educativos desde una perspectiva científica y no confesional, lo que hizo la Iglesia en este país con los demócratas, esos que llamaban las hordas rojas, hace algunas décadas.

Y en el debate a cuatro más de lo mismo. Tópicos manidos, mentiras, manipulaciones, promesas, autocomplacencias y demagogia, mucha demagogia. Ninguno de los candidatos, por cierto, mencionó una sola palabra sobre laicismo, sobre el Concordato que sigue vigente y que nos sumerge en el más arcaico medievalismo político. Uno de los grandes males endogámicos de este país, la relación abusiva y parasitaria de la Iglesia católica y el Estado español. Tampoco ninguno de los candidatos mencionó una sola palabra sobre animalismo, ni sobre un asunto que preocupa cada día más a los españoles, la abolición de la tortura y de los espectáculos sangrientos, lo cual, aunque los que se quedan en la superficie de las cosas no lo vean, también es política. Y ni una sola palabra sobre medidas concretas y contundentes para acabar con la corrupción política, y mucho menos sobre la restitución de lo robado a las arcas públicas, por parte de los mafiosos que han utilizado el poder para llenar, con descaro, sus bolsillos. Eso sí, de Venezuela hasta la saciedad.

Será que estoy hastiada de campañas. Será que, como tantos españoles, estoy desencantada de lo que llaman clase política, pero no lo tengo nada claro. Soy progresista y demócrata. Aspiro a un país avanzado, culto, solidario, justo, moderno, laico, en el que no sólo haya trabajo, justicia, progreso y defensa de los Derechos Humanos, sino que también avance hacia unos paradigmas éticos de los que los neoliberales nos han alejado con descaro, aunque nunca estuvimos muy cerca. Esto sí lo tengo muy claro: espero y deseo que la derecha no vuelva a gobernar en la próxima legislatura, porque acabarán del todo de asolar este país que ya está profundamente asolado.