Hollywood construyó la mitología de una nación híbrida en el sentido de que los Estados Unidos se formaron por la confluencia de numerosas nacionalidades. Pero además de glorificar a sus mitos del pasado, desde exploradores o aventureros hasta héroes o forajidos, la fábrica de sueños creó un estilo, una filosofía de vida, la que trataron de transmitir los propios fundadores de los grandes estudios, todos judíos, inmigrantes o hijos de inmigrantes europeos que habían viajado a la tierra prometida en busca de nuevas oportunidades. “Lo que los unió en una profunda afinidad espiritual fue el total y absoluto rechazo de su pasado y su igualmente absoluta devoción por su nuevo país. Para los judíos inmigrantes, el deseo de integrarse, especialmente cuando habían sido atacados en su país de origen, no era nada excepcional. Pero algo llevó a los jóvenes judíos de Hollywood a adoptar Norteamérica de forma feroz, patológica incluso.” (pág.74). De ahí que el cine se convirtió en el vehículo idóneo que les ayudó a su integración, a ganar su condición de ciudadanos americanos, a crear valores y a alcanzar un estatus social.

Con prólogo de Román Gubern y una introducción a cargo del también historiador y crítico de cine Diego Moldes con el título "Los judíos y el cine", y autor asimismo del apéndice final, "Cineastas judíos en Hollywood", Un imperio propio. Cómo los judíos inventaron Hollywood es una meticulosa radiografía sobre las personalidades de los fundadores de los grandes estudios, todos ellos de procedencia humilde, todos con la particularidad de que crearon sus imperios a partir de la nada. Personalidades complejas que compartían algunos aspectos en común, porque a su manera eran grandilocuentes, megalómanos, arrogantes, ególatras, con caracteres fuertes, vehementes, impulsivos, de escasa cultura intelectual pero dotados de una gran perspicacia para los negocios y sobre todo hombres ansiosos de poder y reconocimiento. Una radiografía plagada de anécdotas, hechos y circunstancias que van definiendo sus personalidades, sus comienzos, sus relaciones con sus colaboradores, directores y estrellas, sus estratagemas, sus rivalidades y enfrentamientos con las otras compañías o sus maneras de concebir el negocio del cine, ofreciendo al mismo tiempo una panorámica de la evolución de la industria hollywoodense desde sus orígenes. Para ello, Neal Gabler ha escudriñado archivos y bibliotecas revisando documentos originales, correspondencias y entrevistas, además de tener encuentros con los pocos testigos aún vivos que les conocieron o trabajaron bajo sus auspicios.

 

Jack y Harry Warner en los estudios de la emisora KFWB (hacia 1925)

Así Gabler se adentra en figuras como Adolph Zukor, el fundador de Paramount Pictures, nacido en un pueblo húngaro, de corta estatura, inflexible, puritano, serio, cauto, ambicioso, alguien que odiaba perder, “no importaba que estuviera en juego. Una amistosa partida de bridge con su socio Marcus Loew podía explotar de repente y transformarse, como alguien presenció, en una competición de gritos seguida de un fuerte golpe en la mesa.” (pág. 81).

Como Carl Laemmle, natural de un pequeña localidad alemana quien emigró con apenas 16 años, de baja estatura también, tenaz, y creador de Universal Pictures, un hombre que “ignorando las convenciones sociales exigía puntualidad y empezaba a cenar en punto, incluso si sus invitados no habían llegado. Revisaba con atención la cuenta de una cena como un típico trabajador porque, según le dijo a un compañero: «no quiero que se me engañe». Nunca leía libros, solamente el periódico, nunca asistió al teatro ni a un concierto sinfónico, nunca practicó el golf, el patinaje o la natación, y jamás entendió por qué alguien quería hacerlo.” (pág. 156).

 

De izquierda a derecha: Louis B. Mayer, Reginald Barker e Irving Thalberg (1925)

Como Louis B. Mayer, el magnate de Metro-Goldwin-Mayer, de origen ruso, excesivo, paternalista, un hombre a quien le gustaban las cosas a lo grande. De hecho, al desconocer su fecha de nacimiento decidió que ésta sería el 4 de julio, “no bastaba con que consiguiera la ciudadanía americana; tuvo que apropiarse del aniversario de su país, así como tampoco fue suficiente que liderara uno de los estudios más importantes de Hollywood; tuvo que asegurarse que el suyo era el más grande, el más famoso y el que generalmente se consideraba el mejor.” (pág.164). Y bajo sus auspicios, su mano derecha, el productor más brillante de aquella época, el también judío Irving Thalberg. Inquieto, incansable, inteligente, con un gran talento y una salud muy frágil, de hecho murió prematuramente con apenas 37 años de edad, y de quien eran famosas las interminables esperas a las que sometía a sus colaboradores. “El escritor George Oppenheimer fue convocado una vez para una cita en el despacho de Thalberg a las nueve y media de la mañana, y terminó esperando dos o  tres días más antes de que le condujeran finalmente al sanctasanctórum, donde admitió que «bastaron unos treinta segundos del encanto de Thalberg y los elogios de Thalberg (le gustó lo que había hecho) para curar todas las heridas… Con el tiempo me acostumbré. Si esperabas y llegaba la hora de la cena, te servían una comida excelente en su comedor privado, y bebida suficiente como para aplacar el enfado. Había mucha gente fuera de esa oficina»” (pág. 337). Thalberg, cuya figura inspiraría a F. Scott Fitzgerald para su novela El último magnate y que adaptaría Elia Kazan al cine en 1976 con un jovencísimo Robert De Niro como protagonista.

Los hermanos Jack y Harry Warner, fundadores de Warner Brothers, poseían caracteres opuestos. Jack “no solo era grosero, vulgar, superficial, ostentoso, terco e irritante; al contrario que la gran mayoría de los judíos de Hollywood, que ansiaban la respetabilidad, él cultivaba activamente estas cualidades. Él se consideraba irreverente, que lo era, e incorregible, que puede haberlo sido. Otros menos comprensivos pensaban de él que o bien era tonto o bien se lo hacía, y que parecía disfrutar haciendo pasar vergüenza a la gente (sobre todo a su hermano mayor, Harry).” (pág. 212). Harry, a quien según Gabler le describen como un hombre formal, tímido, comedido, serio; o Harry Cohn, creador de Columbia Pictures, de padre alemán y madre rusa, era la representación del “magnate profano, vulgar, cruel, avaricioso y mujeriego”. (pág. 250). Ansioso de poder y reconocimiento, “había nueve metros desde la puerta de la oficina de Cohn hasta su mesa, una caminata que los visitantes llamaban la última milla. «¿Por qué tienes la mesa aquí, a esta distancia? —le preguntó una vez su amigo, el directivo de la Columbia, Jonie Taps—. El dijo “Para cuando llegan a la mesa, ya están derrotados”. ¿Has oído hablar de la psicología? Él sabía el efecto que causaba. Para cuando llegaban se habían cagado en los pantalones»” (p. 249). Pero también están presentes muchos otros nombres, como los de William Fox, fundador de la Fox, Samuel «Roxy» Rothafel uno de los mayores empresarios de salas de cine y teatro o algunos de los grandes ejecutivos como los hermanos Nicholas y Joseph SchenckJesse L. Lasky o David O. Selznick, entre otros.

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Harry Cohn y Frank Capra

Un imperio propio. Cómo los judíos inventaron Hollywood es un clarividente fresco que arroja mucha más luz sobre los entresijos de la industria de Hollywood. Un fresco donde se desmenuza la evolución y los avatares a los que se enfrentaron los estudios como la tristemente célebre Caza de Brujas. Sin embargo esa manera de entender el negocio cinematográfico desapareció con la llegada de los nuevos tiempos, y con ellos nuevas mentalidades que cambiaron las reglas del juego. Como apunta Gabler: “Los nombres de los magnates se han desvanecido. Las heredades han desaparecido y con ellas el poder, el estilo y el temor. Pero lo que los judíos de Hollywood han dejado atrás es algo poderoso y misterioso. Lo que queda es un hechizo, un paisaje en la mente, una constelación de los valores, actitudes e imágenes, una historia y una mitología que forman parte de nuestra cultura y nuestra conciencia. Lo que queda es la Norteamérica de muestra imaginación y de la suya.” (pág. 590).

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