Ha comenzado la campaña electoral y su desarrollo puede ser decisivo. Entre otras razones, porque el índice de indecisos es muy relevante y porque, en las elecciones del 20D, un porcentaje significativo decidió su voto en la última semana, incluso el los últimos días. De hecho, cada partido ya comienza a desvelar sus estrategias para retener a sus votantes, recuperar a otros que optaron por la abstención o por otro partido, y también para desviar algunos votos de otros partidos.

La primera estrategia relevante es la descalificación del ubicado en el otro lado del mapa político. En un extremo, el PP, y en el otro, Podemos. Ambos pretenden hacer una campaña bipolar y maniquea.

PP y Podemos pretenden hacer una campaña bipolar y maniquea

Los populares necesitan la concentración de votos del centro-derecha. El programa de los populares es, literalmente, seguir con las mismas políticas económicas y sociales que son envidia y modelo en el resto de Europa (sic) y  que tan buenos resultados han dado: crecimiento económico y reducción del paro. El PP, con la cachaza y medianía de su líder Rajoy, es el único que garantiza la estabilidad necesaria para consolidar tales reformas.

La alternativa es una izquierda radical y extremista concretada en Podemos y acompañada por un PSOE sin rumbo. Según sus estrategas, el miedo puede coadyuvar a la reactivación del voto popular perdido en las autonómicas del 24M y en las generales del pasado 20D. 

Y los podemitas, coaligados con IU y diversas confluencias, quieren capitalizar el voto de la izquierda, incluyendo al electorado socialista y, si es posible por aquello de la transversalidad, a todo el centro-izquierda.

En el otro arcén, Podemos se presenta como el único bastión de la izquierda capaz de desalojar, de dar el sorpasso, a la derecha pura y dura del PP de Rajoy, que nos ha conducido a la perdida de derechos, a la desigualdad y a los recortes en servicios públicos básicos. Y de paso dar el “salto” a los socialistas, convirtiéndose en la izquierda hegemónica en España, adueñándose de la “nueva” socialdemocracia y vendiendo que un gobierno presidido por Pablo Iglesias es la única alternativa real.

La segunda estrategia significativa es el ninguneo que ambos extremos, PP y Podemos, practican a sus próximos (Ciudadanos y PSOE, respectivamente). De momento, tal táctica les funciona, especialmente en determinados medios y redes sociales donde Podemos y PP son los protagonistas y PSOE y C's, meras comparsas.

En determinados medios y redes sociales, Podemos y PP son los protagonistas y PSOE y C's, meras comparsas

La meta del PP, superar el 30% del voto, se basa en la recuperación del electorado de derecha que optó por la abstención, así como de los exvotantes populares que cayeron en las garras de C's. Según el PP, Albert Rivera y sus huestes muestran ambigüedades, jugando a ser de centro-izquierda con los socialistas. Según los podemitas, los socialistas son exponentes de la casta, corresponsables de las políticas desarrolladas por la derechona y, además, con graves “tentaciones” de gobernar con PP y C's, o al menos dejarles gobernar en minoría.

Muy probablemente, los resultados del 26J nos pueden situar en un mapa político semejante al 20D, con algunas diferencias significativas. La suma de votos y de escaños de la derecha (PP-C,s) podrían mejorar, pero lejos todavía de la mayoría absoluta.

A la izquierda, Podemos tiene capacidad de movilización entre sus votantes y simpatizantes, especialmente a través de las redes sociales y del dominio de la escenografía, pero su falta de concreción y determinadas actitudes posteriores al 20D, pueden haberles hecho perder fuelle electoral, que piensan compensar con la coalición con IU y otras confluencias. Es posible que puedan obtener resultados positivos, pero es prudente recordar que en política no necesariamente dos y dos suman cuatro.

Para los socialistas, la tarea no es fácil. Deben superar “guerrillas” internas, recuperar la credibilidad y la confianza de sus votantes y simpatizantes y reactivar incluso a sus militantes. También dependerá de su voluntad y capacidad de dar respuestas convincentes (y obligar al adversario que haga lo mismo), especialmente en los debates públicos, a los graves problemas estructurales que afectan a nuestro sistema político y económico, y que de que sepan dar soluciones a las inquietudes reales de los ciudadanos y ciudadanas.

Ni la última, ni la penúltima, palabra están dichas. La campaña electoral puede ser decisiva.