Que hasta tus rivales políticos utilicen el término “ayuntamientos del cambio” ya es una victoria semántica, que son las que empiezan ganando todas las guerras ideológicas. El apodo hace referencia a una amalgama de consistorios de ideología más o menos izquierdista, que pugnan por presentarse como los abanderados del “bien común” y de la recuperación del “poder” por parte del “pueblo”. Esa victoria aún está por acuñarse, pero no va por mal camino.

De hecho, los ataques exacerbados de los rivales a estos “ayuntamientos del cambio” demuestra que algo estarán haciendo bien, puesto que se han convertido en el principal tema de debate, sólo superado por el poco trabajo que tienen los reponedores de los supermercados venezolanos.

Sin embargo, hay que reconocer que la inmensa mayoría de los escándalos que la prensa conservadora saca día sí y día también en portada son de chichinabo. Eso sí, con una cierta propensión a fijarse en los aspectos culturales, especialmente en Madrid: Reyes Magos, Carnaval y títeres, Memoria Histórica…

No obstante, cuando ha llegado el turno de la fiesta más castiza de todas, la de San Isidro, el éxito ha sido rotundo. La música de izquierdas ha vuelto a cobrar protagonismo, sin que hiciera falta prohibir los disfraces de chulapos, pero tampoco sin que todo se circunscribiese a rosquillas tontas y listas. Lo explicaba, con mucho arte, Carlos Prieto en este artículo.

Estos nuevos ayuntamientos se han caracterizado mucho por el lenguaje gestual. La supresión de los palcos para amiguetes en los eventos deportivos o los trayectos a pie o en bicicleta hasta el puesto de trabajo pueden ser el chocolate del loro, pero son actitudes que acercan la política al ciudadano y se alejan del caciquismo provinciano elevado a niveles capitales que suponían los viajes con escolta de Ana Botella a la peluquería.

Y aunque los rivales hayan hecho bandera del supuesto enchufismo del cambio, los casos denunciados son en su mayoría filfas que no se sostienen ni un minuto, como lo del sobrino político de Manuela Carmena -que al final resultó ser un funcionario- o lo del marido de Ada Colau -que en realidad trabaja para Barcelona En Comú-. Y es mucho más llamativo cuando quienes se rasgan las vestiduras han tenido a imputados cobrando en Génova con la excusa de que son “funcionarios del partido”.

Lo que no deberían olvidar muchos es que algunos de estos ayuntamientos del cambio se han gestado gracias al apoyo del PSOE, como ocurre en Barcelona y Madrid. El entendimiento no sólo es posible, sino que también es productivo. Y es por lo que apuesta la mayoría de los ciudadanos. Harían bien Pedro y Pablo, Pablo y Pedro, en tenerlo en cuenta, haya o no sorpasso.