En nombre de todos los ciudadanos -¡se supone!-, las autoridades del Estado han decidido honrar a las víctimas del terremoto de Ecuador del pasado mes de abril y han elegido el formato más idóneo en consideración a la pluralidad ideológica existente en un país cuya Constitución establece en su artículo 16.3 que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”: un funeral católico oficiado por un arzobispo en la Catedral de la Almudena de Madrid -¡acierto pleno!-.

El oficiante del acto, que vestía exóticas prendas y coronaba su cabeza con un puntiagudo tocado del que pendían dos anchas cintas que caían sobre su espalda, se dirigió a los asistentes haciendo caso omiso de que, según sus propias creencias, el templo es la casa de Dios en la que todos son iguales ante sus ojos, con el siguiente saludo inicial: Excmo. Sr. nuncio de Su Santidad en España, Excmo. Sr. arzobispo castrense, queridos hermanos sacerdotes, diáconos, Majestades, Excmo. Sr. presidente del Gobierno de la Nación, Excmo. Sr. embajador del Ecuador y hermanos todos en Jesucristo.

Los asistentes a este acto que profesasen otras confesiones religiosas, los no creyentes, los agnósticos y los ateos -¡que me figuro habría entre los presentes!- no tuvieron cabida en la salutación del oficiante y como si todos los allí presentes comulgasen con sus creencias solicitó en plural y con rotundidad que “sepamos llorar hoy la muerte de nuestros hermanos, pero también descubrir el gran significado que tiene este dolor, este llanto” porque “el límite del mal es el sufrimiento de Dios en la cruz”.

Pero, en el supuesto caso de que estas palabras no hubiesen sido suficientes para marcar el territorio en un acto que se suponía decidido por un Estado aconfesional, el mitrado -que así se denomina a los que llevan el tocado descrito anteriormente- prosiguió su intervención ajeno a la presencia de no católicos y afirmó que “el Dios en quien creemos se compadece de los hombres. Dios no puede padecer pero puede comparecer. El hombre tiene un valor tan grande para Dios que se hizo hombre para poder compadecer”.

No obstante, si aún podía albergarse alguna duda de que se estaba “oficiando” un acto de Estado -dirigido a ciudadanos plurales- el arzobispo terminó su plática haciendo partícipes a los asistentes de las palabras de Marta a Jesucristo: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, no hay más palabras que las tuyas, tú eres el hijo de Dios, tú eres el que ha venido al mundo para darnos una palabra para algo que, por nuestras propias palabras, no podemos solucionar ni dar sentido”.

¿Será mucho pedir a los que nos gobernaron antes y nos pueden gobernar después, a los que nos gobiernan hoy y a los que nos gobernarán mañana, que sean ellos los primeros en acatar la Constitución y, por ende, a respetar a todos los ciudadanos seamos o no de su misma cuerda ideológica? ¿Para cuándo un Estado verdaderamente laico?