Con la apertura de la etapa de los politólogos que ha supuesto la llegada de Podemos, los medios de comunicación y los ciudadanos estamos disfrutando de una visión apasionante de la vida pública. Las estrategias y los contraataques están cumpliendo con las expectativas de Pablo Iglesias de trasladar a la política la vibrante tensión de Juego de Tronos y la campaña electoral se promete apasionante, por mucho que al final acabe siendo una reedición de la vivida hace unos meses.

Sin embargo, por mucho oropel y protocolo que queramos inyectarle, la política, al final del día, consiste en manejar un presupuesto en nombre de unos terceros que son los que ponen la pasta. Es decir, no es más que una versión muy decorada de lo que ocurre cada día en una comunidad de vecinos o en la peña de las fiestas del pueblo.

Es cierto que la ideología juega un papel fundamental en este manejo de fondos públicos, pero, al fin y al cabo, si uno opta por subir los impuestos a los más ricos o desgravar la compra de yates sólo está tomando decisiones presupuestarias. No puede haber ideología si no hay parné para sustentarla.

Por eso, los movimientos de los partidos que se presentan a las elecciones serán muy interesantes desde el punto de vista estratégico. Podemos se la jugará al PSOE con ofertas sorpresa de pacto, el PP intentará que Ciudadanos no le robe espacio electoral, bla, bla, bla… Pero no dejan de ser jugadas de ajedrez con el objetivo de llegar al poder, mientras que será imposible que nos hagan propuestas ideológicas porque el PP ya se ha encargado de que no haya margen para ello a base de capar el presupuesto.

La Comisión Europea ya nos ha avisado de que exige un recorte de 8.000 millones de euros porque Rajoy no ha cumplido los objetivos de déficit, pese a ser su único trabajo. La cantidad es similar a la que recortó Zapatero en 2010 y que le costó un estigma de por vida. Además, en Bruselas van a esperar a después de las elecciones para decidir si nos multan (lo que no suena muy democrático) y nos exigen que todo ingreso que reciban las arcas públicas se destine a pagar el déficit.

Todo esto con una deuda pública que por primera vez en un siglo ha superado el 100% del Producto Interior Bruto, un paro que sigue por encima del 20% y un fondo de reserva de pensiones que ha sido esquilmado por Rajoy durante cuatro años y que estará agotado en 2018, justo a tiempo para quien venga a gobernar ahora.

Esto sí que es una herencia recibida. A este paso, más que politólogos, vamos a necesitar unos cuantos contables.