¿Alguien recuerda cómo en 2005 John Hillcoat, gracias a su tercera película, La propuesta, fue considerado como una promesa de futuro? Cuatro años después, con La carretera, adaptación de la novela de Corman McCarthy, la promesa parecía cumplirse para muchos, en un híbrido entre cine comercial y cine independiente camuflado, a pesar de ser una película que simplemente ilustraba el texto literario del que partía, en general, con fidelidad pero en el que apenas aportaba algo a lo planteado por McCarthy. Y ahí se terminó todo. Sin ley, rodada tres años después y que fue estrenada en nuestro país de mala manera a pesar de contar con un reparto llamativo y que no despertó el interés de casi nadie. Evidenciaba que había debido pasar por varias manos para conseguir el metraje final y todo quedaba en una interesante propuesta y poco más. Pero, Hillcoat, como autor a tener en cuenta, había desaparecido. Esto pone de relieve lo rápido que tendemos, con una o dos películas, a situar a muchos directores en un lugar al que todavía no han llegado. Y seguimos.

Triple 9 quizá será vista como el pleno ‘salto’ de Hillcoat al cine comercial, y, a pesar del olvido al que ha estado sometido, quizá también como su absorción por la industria. Lo cierto que no hay detrás de ella un trabajo de dirección lo suficientemente brillante –a excepción de algunos momentos sobre todo en su arranque, lo mejor de la película- como para no pensar en un trabajo ‘rutinario’ al servicio de las imposiciones de producción; pero también lo es que está por encima de sus dos anteriores títulos. Triple 9, cuyo título hace referencia al código que utiliza la policía cuando un policía es asesinado, presenta un problema muy extendido en gran parte del cine comercial actual que pretende ser ‘adulto’, es decir, un entretenimiento pero con pretendida –y a veces conseguida- seriedad bajo sus imágenes y su discurso, y es el intentar ser varias cosas a la vez y no acabar siendo ninguna en concreto.

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La película de Hillcoat busca ser en todo momento, y lo consigue, una película antipática, incómoda, de personajes que no caen bien por muy diferentes motivos. El situar al espectador en una cierta distancia con respecto a ellos, para que así pueda ver la miseria que anida bajo casi todos ellos. Esto, que parece evitar el típico maniqueísmo entre buenos y malos, acaba operando exactamente así: los personajes son tan claramente deleznables en su conjunto, y poseen tan poca catadura moral, que carecen de profundidad como para que vayan más allá de su construcción prototípica. Nos acostumbramos a ellos, funcionan dentro de la trama, pero la falta de ambigüedad, salvo en uno de ellos al final, acaba ocasionando cierta indiferencia. Asumimos que, en general, todos son basura, y a partir de ahí los acompañamos en su deleznable itinerario.

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Lo anterior hace que Triple 9 destaque más por sus secuencias de acción, en las que la distancia impuesta por Hillcoat funciona mucho mejor que la que imprime con respecto a sus personajes. Ahí el cineasta australiano muestra sus mejores virtudes en la película, porque elimina todo atisbo épico en la acción, mostrando ésta como un elemento externo que expresa el interior de sus personajes y de la realidad en la que se mueven. Por otro lado, Hillcoat también logra, no sabemos si de manera involuntaria, que sean los márgenes de la película, aquello que no vemos y que se intuye, o aquello que vemos pero queda expresado en segundo plano o a partir de detalles, lo que realmente nos transmita una sociedad, no solo un cuerpo policial, corrupta, moviéndose por intereses crematísticos.

Se debe agradecer que Triple 9 sea un producto comercial que busca un discurso a partir de una construcción de género, ahora bien, sus imágenes carecen, en general, de la fuerza necesaria para conseguir que la puesta en escena traduzca las ideas. A pesar de su interés, que lo tiene, si decepciona finalmente la película de Hillcoat es por su ambición de mostrar demasiadas cosas y jugar con demasiados personajes sin conseguir que todo encaje en un conjunto que incluso en su sombrío y desolador final, no logra dejar la inquietud que, presentimos, se buscaba.