Hace pocos días PACMA ha rechazado una coalición con Podemos tras reunirse algunos de sus representantes con la formación de Pablo Iglesias; reunión tras la cual el partido animalista emitió un comunicado anunciando esa renuncia y sus causas. En él exponía con claridad que el motivo principal para no contemplar esa confluencia es que no renunciará a sus principios coaligándose con un partido que “ni siquiera se atreve a pedir el fin de la tauromaquia”.

Realmente me cuesta creer que un partido político nuevo, conformado por muchos jóvenes, con un programa social, solidario y progresista, y cuya armazón ideológica se vertebra, supuestamente, en el objetivo de trascender con paradigmas nuevos las injusticias políticas y sociales endogámicas de este país, mantenga una posición tan tibia y pasiva frente a una de las grandes barbaries que los españoles tenemos que superar de inmediato. Me cuesta creer que las gentes de Podemos no tengan en cuenta que casi el noventa por cien de los jóvenes españoles se avergüenzan de vivir en un país que financia la tortura y la más monstruosa crueldad.

Podemos: un partido que “ni siquiera se atreve a pedir el fin de la tauromaquia”

Me cuesta creer que desconozcan los miembros de Podemos que casi un ochenta por cien de españoles rechazan las corridas de toros. Me cuesta creer que ignoren que las corridas de toros son mucho más que un espectáculo abyecto y cruel; que tras la fachada de una “tradición”, heredada de la España más negra y feroz, subyace, en esencia, una herramienta tirana del poder, la de insensibilizar la conciencia colectiva ante la crueldad y ante el dolor ajeno. Y me cuesta creer que no sepan que la tauromaquia es, en realidad, una manifestación más del pensamiento tirano; alentada y protegida por el cristianismo, es la inquisición contra la vida, la quema en la hoguera de la conciencia humana. Es esa terrible arrogancia de la iniquidad que es torturar y hacer agonizar  en medio de sus vísceras ensangrentadas a seres vivos del todo indefensos e inocentes, con la mayor impunidad. Y con la financiación del dinero público.

Hace unos días vi, a través de una web de una asociación francesa de defensa animal, un vídeo que me repugnó y me hizo llegar a las náuseas. Apenas un minuto de imágenes que creí que no sería capaz de acabar de ver, y que espantarían hasta al peor de los psicópatas. Imágenes espantosas, de un animal, como dice Eduard Punset, con idéntico ADN al nuestro, ahogándose en su propia sangre, tumbado sobre un gran charco de sangre y dolor, con mirada de desesperación infinita, y que seguía siendo acuchillado en sus lomos y en sus vísceras sin piedad, en medio de una turba de personas que aplaudían y reían; aunque la cámara se centraba en la imagen del rey Juan Carlos aplaudiendo y sonriendo a placer ante tan macabro espectáculo. Era una corrida de toros. Una expresión más del fascismo, de la soberbia infinita de los que se consideran con la potestad de torturar y asesinar al otro, sea de la especie que sea. Porque la tauromaquia es fascismo. 

Me recordaron esas terribles imágenes a mi infancia, cuando siendo niña veía a mi padre mirando corridas en la televisión, y yo no podía soportar aquéllo, y me sentía un bicho raro por defender al toro y desear que corneara al torero para que le dejara en paz. Me iba a mi cuarto, y lloraba. Mi padre era un hombre bueno, y un gran amante de los animales. Pero ya entonces me preguntaba por qué él no veía lo mismo que yo. Él no veía un acto atroz de crueldad gratuita. Simplemente le habían educado en el antropocentrismo cristiano y en la insensibilidad, le habían adoctrinado, como lo están esos millones de españoles que ven “arte y cultura” en lo que realmente no es más que, como decía Rodríguez de la Fuente, la máxima expresión de la agresividad y la perversidad humanas, y, como dijo Pablo Sorozábal, una monstruosidad, una repugnante salvajada, un crimen cruel, odioso y deleznable.

Me cuesta creer que desconozcan los miembros de Podemos que casi un ochenta por cien de españoles rechazan las corridas de toros

El animalismo, la defensa de los derechos animales, es una cuestión política, por más que Pablo Iglesias haya dicho que las corridas de toros no le molestan. Porque una sociedad que contemple los derechos fundamentales de los seres vivos de otras especies será un país solidario, ético, evolucionado, que no permitirá el abuso ni la crueldad en ninguna de sus formas y respetará también, por descontado, los derechos humanos; porque todo es lo mismo. Defender a los animales es defendernos a todos. Que los varones de los viejos partidos políticos estén alineados en los paradigmas del poder tradicional no es nada que nos sorprenda, pero que nuevas formaciones de gentes progresistas desestimen e ignoren la importancia enorme de abolir, o al menos de no financiar la tortura institucionalizada, me parece una enorme y nefasta contradicción que nos revela que, en el fondo, no han entendido casi nada.

Los nuevos gestores políticos deberán tener muy en cuenta que las nuevas generaciones de ciudadanos son gentes mucho más cultivadas, solidarias y racionales, y aspiran a una sociedad libre de torturas obsoletas heredadas. Es ya una cuestión inaplazable, porque, como argumentó el filósofo catalán José Ferrater Mora, nada se puede decir a favor de las corridas de toros. Ningún argumento taurófilo, ya iniciado el siglo XXI, se mantiene ni se puede mantener en pie. Seguir defendiendo la tortura animal es defender la tortura y la crueldad. Y los políticos, a ese respecto, lo tienen todo que decir y que hacer.