Ya está aquí la convocatoria de nuevas elecciones y lo que parecía inevitable se ha hecho inevitable. Para que luego digan que la ciencia política no es exacta. El papel que iban a interpretar cada uno de los principales partidos políticos estaba escrito desde el 20D, y salvo alguna sobreactuación, que podrían habernos ahorrado, los actores se han ceñido con bastante fidelidad al guión. Lo sorprendente no ha sido la actitud de los partidos, sino la de algunos medios de comunicación que en los últimos días no dejan de rasgarse las vestiduras presentando la nueva convocatoria electoral, poco menos que como una plaga bíblica.

Cierto es que supone un gasto económico para el país y que es probable que los resultados no difieran mucho de los del pasado diciembre, pero también lo es que debería espantar mucho menos el que la ciudadanía sea la protagonista de la democracia. Siempre es mejor que seamos los españoles de a pie los que decidamos con nuestro voto el gobierno que deseamos, que no extrañas componendas antinatura, realizadas a nuestras espaldas con el único objetivo aparente de repartirse el pastel. La excusa de "entendámonos para no tener que molestar a los ciudadanos", esconde en verdad el terror que tienen algunos a perder el escaño. Porque un escaño es como un hijo, se quiere incluso antes de verlo por primera vez.

Cuando los españoles fuimos a las urnas el pasado 20D, no lo hicimos, al menos no lo hizo la amplia mayoría, pensando en que votando a uno u otro partido facilitábamos la formación de un gobierno, sino con la idea de que el escogido fuera el ganador. Evidentemente, cada uno tiene sus preferencias sobre posibles alianzas, en el caso de que el partido votado no alcance la mayoría suficiente para gobernar. Pero siempre que éstas no supongan una perversión del voto. Intentar formar, como aparentemente pretendía Pedro Sánchez, un gobierno de centro-derecha-izquierda, es como hacer una paella de marisco y carne y que ademas parezca arroz a banda, un plato condenado a desagradar a todos los comensales. 

En esta segunda convocatoria volveremos a votar deseando que el elegido sea el ganador, y, probablemente, con una idea más clara de si está acorde con nuestros ideales y dispuesto a defender nuestros intereses. Algunos se han retratado con claridad en estos cuatro meses de presuntas negociaciones. Contrariamente a lo que muchos se empeñan en valorar positivamente, los dos partidos que más se han movido son, precisamente, quienes más dudas crean entre sus electores. En todo caso, que no estén  tan preocupados, que si nos volvemos a equivocar seguro que a la mayoría, a quienes creemos que la democracia se ejerce cada día y no sólo cada cuatro años, no nos importará volver a sacrificar un par de horas de otro domingo.