Fueron diez, los llamados “Diez de Hollywood”, los que en 1947 fueron enviados a la cárcel acusados de desacato por el Comité de Actividades Antiamericanas (HUAC) cuando rehusaron responder a la pregunta de si son o habían sido miembros del Partido Comunista. Entre ellos Herbert J. Biberman, director de La sal de la tierra (Salt of the earth, 1954), el cineasta Edward Dmytryk quien firmó títulos como Encrucijada de odios (Crossfire, 1947) o mucho después El motín del Caine (The Caine mutiny, 1954), o los guionistas Ring Lardner Jr., futuro autor de los libretos de El rey del Juego (The Cincinnati Kid, Norman Jewison, 1965) o M.A.S.H. (Robert Altman, 1970) y el propio Dalton Trumbo, quien gozaba de un gran prestigio tanto como guionista, ya que en aquellos momentos era el mejor pagado en Hollywood y había escrito, entre otros guiones, el de Treinta segundos sobre Tokio (Thirty seconds over Tokyo, Mervyn LeRoy, 1944); como escritor, por la novela Johnny cogió su fusil, alegato antibelicista que publicó en 1939 y que él mismo adaptaría a la pantalla en 1971, siendo su única película como director. Pero Trumbo, además de ser un escritor brillante, mordaz, ingenioso, trabajador incansable, bebedor, fumador y padre devoto entre otros atributos, fue también un hombre comprometido con las causas sociales, un hombre que nunca ocultó sus ideas políticas.

El Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso se había creado nueve años antes, pero la paranoia anticomunista que se genera a raíz del inicio de la Guerra Fría hace que aquella reactive sus funciones en mayo de 1947, cuando en aquella época lo preside J. Parnell Thomas, un ex-corredor de bolsa reconvertido en político. Además, por añadir una nota de curiosidad, uno de los miembros del Comité era un joven llamado Richard Nixon, aunque su intervención fue en el proceso contra Alger Hiss, un funcionario del Departamento de Estado a quien se le acusó de espionaje.

 

La actividad inquisitoria del Comité afecta a todos los ámbitos profesionales, aunque se convertirá en un fenómeno mediático cuando inicia sus pesquisas dentro de la industria cinematográfica de Hollywood citando a declarar a directores, actores y productores a partir de octubre de ese mismo año de 1947. Un efecto por otra parte buscado por el propio Comité, ya que supone una estrategia idónea para difundir su propaganda anticomunista. Un més después, en noviembre, se sumaron las listas negras elaboradas por un grupo de productores que se habían reunido en el hotel Waldorf Astoria de New York. Muchos se quedaron sin trabajo, otros tuvieron que abandonar el país e incluso hubo quienes se quitaron la vida.

Pero al año siguiente J. Parnell Thomas ingresa en la prisión de Danbury acusado de evasión de impuestos y allí, entre rejas, coincide con dos de los diez a quienes mandó encarcelar meses antes, Lester Cole y Ring Lardner Jr. Llegado este momento, tan solo una matización sobre el término «caza de brujas» que, al asociarse con el nefasto senador Joseph McCarthy, se suele englobar en su totalidad con el calificativo de macarthismo, cuando la realidad es que éste accedió a la comisión en 1950, es decir, tres años después del inicio de la purga en Hollywood, siendo sus víctimas “posibles infiltrados” en el gobierno, la administración pública o el ejército. Aunque, eso sí, desempeñó sus funciones con el mismo fanatismo e igual virulencia que sus antecesores.

 

Dalton Trumbo, tras cumplir un año de cárcel, se exilió a México con su mujer y sus tres hijos, uniéndose a ellos uno de sus mejores amigos, Ring Lardner Jr., cuya amistad dejó reflejada en su libro de memorias Me odiaría cada mañana (Barataria Ediciones, 2006), un proverbial testimonio de primera mano sobre aquella funesta época marcada por el miedo, la delación, la persecución y la censura que sufrió el propio autor en sus carnes. Algo que, conociendo el libro, llama la atención durante el visionado del film de Jay Roach, precisamente por la ausencia de la figura de Lardner, aunque en algún momento se le cita. Por otra parte, el personaje ficticio de Arlen Hird, a quien pone rostro Louis C. K., viene a ser una suerte de representación de varios de los guionistas que formaron parte del grupo de los diez.

Sea como fuere y a pesar de que su nombre sigue estigmatizado, Trumbo regresa a los Estados Unidos entregándose en cuerpo y alma a la escritura, redactando guiones, corrigiendo otros tantos, muchas veces para producciones de serie B, aunque utilizando siempre varios seudónimos. Incluso recibe dos Oscars, el primero por el guión de Vacaciones en Roma (Roman Holiday, William Wyler, 1953), usando el nombre de su amigo Ian McLellan Hunter, que es quien recoge la estatuilla; y el segundo con El bravo (The brave one, Irving Rapper, 1956) que firma como Robert Rich dándose la paradoja, para sorpresa de los asistentes, de que no acude a recogerlo, creándose, y no sólo entre los miembros de la Academia, un halo de misterio sobre la identidad del galardonado.

Y después dos guiones que escribe casi al mismo tiempo. Espartaco (Spartacus, Stanley Kubrick, 1960), por encargo del propio Kirk Douglas, cuya trama no solo posee ciertas similitudes con su lucha particular, sino que le sirve para expresar sus propias convicciones; y Éxodo (Exodus, 1960), a petición de su director, el excéntrico e indomable Otto Preminger quien, haciendo caso omiso al veto que sufre el guionista, decide que el nombre de Dalton Trumbo figure en los títulos de crédito, lo que incita a Douglas a hacer lo mismo en Espartaco.

 

Todos estos hechos se reflejan en la película de Jay Roach, que quizá a más de uno le sorprenda por su cambio de registro, ya que es el responsable de la saga Austin Powers. Sin embargo, Trumbo, que aquí, en nuestro país, se le ha añadido el subtítulo de La lista negra de Hollywood, es un eficaz biopic de sólida factura visual que combina con efectividad la puesta en escena con material de archivo. Aunque por otra parte, lejos de correr riesgo alguno, es decir, justo lo contrario de lo que haría el propio Trumbo, Roach y su guionista, John McNamara, se han mantenido fieles a las premisas tradicionales del género, concibiendo una película con carácter de crónica en la que, más que ahondar en la compleja personalidad del escritor, se han dejado llevar por los aspectos bigger than life que salpican su biografía.

Sin embargo, Trumbo: la lista negra de Hollywood posee el mérito de hurgar, por decirlo de alguna manera, en un episodio aún hoy en día muy espinoso y apenas tratado por el cine, salvo en muy contadas excepciones como es el caso de Caza de brujas (Guilty by Suspicion, Irwin Winkler, 1991), cuyo reparto encabezaban Robert De Niro y Annette Benning, o la excelente Buenas noches, y buena suerte (Good night, and good luck, George Clooney, 2005).

 

Pero sobre todo, la mayor virtud de Trumbo: la lista negra de Hollywood se halla en la elección del reparto, en especial en la soberbia encarnación que lleva a cabo un espléndido Bryan Cranston, el Walter White de Breaking Bad (2008-2013), quien se ha metido a fondo en la piel del escritor; así como la magnífica Helen Mirren poniendo rostro a Hedda Hopper, la perversa y manipuladora cronista de cotilleos de Hollywood. Elenco en el que se encuentran Diane Lane en el papel de Cleo, la mujer de Trumbo y personaje del que se echa en falta una mayor profundidad o el siempre inmenso John Goodman.

Sin embargo, más allá de sus aciertos y sus flaquezas, el film posee otro valor importante y que es su voluntad por reivindicar una voz a la que se trató de acallar, al igual que la de muchos de sus compañeros de profesión. Una reivindicación necesaria, y no sólo en lo que atañe a la figura de Trumbo, que adquiere especial relevancia en estos tiempos que corren.