No deja de ser cuanto menos curioso que no haya habido una mayor interactividad entre el cine y el jazz que, aunque la habido y ha dado excelentes frutos, no ha sido demasiado prolífica, cuando han sido dos disciplinas del siglo XX que han discurrido casi en paralelo y en su mayor parte en los Estados Unidos. De hecho Thomas Alva Edison y William Kennedy Laurie Dickson inventaron el Kinetógrafo en 1890, la que para muchos es la primera cámara y su aparato para el visionado, el Kinetoscopio, cuya primera demostración pública oficial tuvo lugar en el Brooklyn Institute of Art’s and Sciences de Nueva York el 9 de mayo de 1893, aunque se haya establecido como fecha oficial del nacimiento del cine el 28 de diciembre de 1895 con la primera proyección de los hermanos Lumière en París. En cuanto a los difusos orígenes del jazz, los historiadores han situado su nacimiento el 26 de febrero de 1917, cuando un quinteto llamado Original Dixieland Jazz Band grabó en Nueva York el primer disco de jazz.

Sea como fuere, además de los pianistas que acompañaban las proyecciones de las películas mudas, algunos de ellos procedentes del mundo del ragtime, con el sonoro empezaron a aparecer músicos de jazz en la pantalla, casi siempre interpretando alguna pieza musical. Pero será en el terreno del documental donde el jazz adquirirá un mayor protagonismo, filmándose conciertos o jam sessions como es el caso de Jammin’ the blues (Gjon Mili, 1944) un innovador cortometraje que recogía una improvisación musical en la que participaban destacados músicos de aquel momento como Lester Young, Red Callender o Harry Edison; Jazz on a summer day (Bert Stern, 1958), testimonio fílmico del festival de Jazz de Newport de ese mismo año y posteriores títulos como Straight, no chaser (Charlotte Zwerin, 1988), dedicado a Thelonious Monk y cuyo productor ejecutivo era Clint Eastwood o Let’s get lost, el retrato de Chet Baker que dirigió el fotógrafo Bruce Weber en 1988.

 

En el terreno de la ficción, curiosamente, la primera gran banda sonora fue para un film francés, Ascensor para el Cadalso (Louis Malle, 1957), que Miles Davis improvisó durante su visionado. Como también es en la cinematografía francesa donde parece fructificar esa relación: Des femmes disparaissent (Éduard Molinaro, 1959), que contó con Art Blakey & The Jazz Messengers quienes repetirían con Roger Vadim en Las relaciones peligrosas (Les liaisons dangereuses, 1960); Al final de la escapada (À bout de souffle, Jean-Luc Godard, 1960) con música del pianista Martial Solal; o Tres habitaciones en Manhattan (Trois chambres a Manhattan, Marcel Carné, 1965) de nuevo Martial Solal pero esta vez junto con Mal Waldron. Pero hay más cineastas que recurren a los músicos de Jazz como Michelangelo Antonioni que contó con Giorgio Gaslini para La noche (La notte, 1961) o Herbie Hancock para Blow-up (1966); o del binomio formado por Krzysztof Komeda y Roman Polanki dando lugar a títulos como El cuchillo en el agua (Noz w wodzie, 1962) o Callejón sin salida (Cul-de-sac, 1966). O el caso español que cuenta con nombres como el propio Jess Franco, también músico, o el propio Fernando Trueba en títulos como el documental Calle 54 (2000) o Chico & Rita (2010) cuya banda sonora firmó Bebo Valdés.

Sin embargo, el cine norteamericano no ha sido todo lo prolífico que cabía esperar en cuanto a partituras jazzísticas compuestas ex profeso para una película, aunque uno de los hitos le corresponde a Duke Ellington para Anatomía de un asesinato (Anatomy of a murder, Otto Preminger, 1959) que pone de manifiesto las cualidades que ofrece el jazz como banda sonora. De hecho, será el cine negro uno de los géneros donde se produciran más encuentros con el jazz: Quiero vivir (I want to live!, Robert Wise, 1958) con música de Johnny Mandel y Gerry Mulligan, Odd against tomorrow (Robert Wise, 1959) de cuya banda sonora se encargó el pianista John Lewis, o títulos posteriores como Contra el imperio de la droga (The french connectionWilliam Friedkin, 1971) con Don Ellis por citar algunos ejemplos. Como también desde el territorio del cine independiente surgen fructíferas colaboraciones como Charles Mingus con John Cassavetes para Shadows (1959), un film cuya concepción tenía mucho de improvisación o The connection (Shirley Clarke, 1962) que contaba con la música y la presencia del cuarteto de Freddie Redd cuyo saxofonista era Jackie McLean.

 

Pero el ambiente del jazz se ha reflejado infinidad de veces en la pantalla. Ejemplos como Cotton Club (Francis Ford Coppola, 1984); Alrededor de la media noche (Round Midnight (Bertrand Tavernier, 1986), cuyo protagonista es un músico de jazz ficticio que estaba inspirado en su propio intérprete, el saxofonista Dexter Gordon y cuya banda sonora firmó el citado Herbie HancockBird (1988), biopic de Charlie Parker dirigido por Clint Eastwood; Cuanto más, mejor (Mo’ better blues, Spike Lee, 1990), Kansas City (Robert Altman, 1996) o Acordes y Desacuerdos (Sweet and lowdown, Woody Allen1999) inspirada en la figura de Django Reinhardt. Incluso hasta el ámbito académico como la reciente Whiplash (2014) de Damien Chazelle

De todos estos aspectos, y muchos otros más, desde el jazz en en musical clásico a los biopics sobre músicos, da cuenta Roberto Sánchez López, doctor en Historia del Arte, profesor en la Universidad de Zaragoza y crítico de cine, en su libro Jazz de película, realizando una atractiva y amena cartografía en la que recorre épocas, estilos, influencias, meztizajes y nacionalidades. Una cartografía recomendada tanto para cinéfilos y jazzófilos como para aquellos que se quieran iniciar en el tema.

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Página de Roberto Sánchez López.