De cuando en vez a los españoles nos vendría bien una pasada por el resto del mundo para apreciar lo que tenemos y con frecuencia despreciamos. Es lo que yo he hecho, modestamente, estos días de Semana Santa.

He visitado tres veces al gigante asiático y en las tres ocasiones he tenido percepciones y visiones bien diferentes. La primera vez acompañaba como periodista a Felipe González cuando en China mandaba ya Deng Xiao Ping, que tras ser depurado por el maoísmo más radical (la Banda de los Cuatro de la que formaba parte la siniestra mujer de Mao) y el jefe entonces de la inmensa China se percató de que la única manera de supervivir era abrirse al mundo y, a ser posible, conquistarlo.

La segunda fue con ocasión de los sucesos de la Plaza Tianamenn donde el propio Deng dio orden de aplastar la revuelta estudiantil que amenazaba con acabar con la “Larga Marcha” comunista. Y la tercera ha sido hace unos días.

Gato blanco, gato negro

Deng dejó claro a González que lo importante en política eran los resultados. El tenía que dar de comer a 1.300 millones de chinos que entonces apenas tenían unos gramos diarios de arroz. Aquello de “gato banco, gato negro lo mismo da si caza ratones” impactó profundamente a Felipe que lo aplicó con justeza, moderación e inteligencia a España.

Ese sentido práctico de Deng está permitiendo a los chinos de hoy (un país, dos sistemas) convertirse en la segunda potencia económica del mundo y, posiblemente, dentro de poco en la primera.

Claro que he encontrado contradicciones. Inmensas contradicciones. Teóricamente existe el comunismo en política pero el capitalismo más feroz en la economía y las relaciones sociales. Contradicciones en las propias generaciones de la época dura de Mao que nada tienen que ver ni se parecen con los millones de jóvenes chinos para los que el “Gran Timonel” fue un genocida que atrasó innecesariamente el futuro y las historia de la gran nación a la que aman.

Hay algo que les une: China. Tienen 53 etnias distintas –desde la minoritaria Li a la mayoritaria Ham-pero nadie discute ni pone en cuestión la unidad nacional. Trabajan como “chinos” y tener dinero lejos de ser ya un baldón es un toque de distinción esencial entre ellos mismos.

El comunismo cayó con estrépito en la antigua URSS y el resto de los países del Bloque Soviético. En China persiste oficialmente pero se diluye cuando sus mil trescientos millones de seres humanos que lo pueblan han decidido que la igualdad tiene que ser de partida pero nunca de llegada.

Es lo que he visto.