El pasado miércoles, con motivo de los trágicos atentados de Bruselas, quien estuviera atento al despliegue de La Sexta pudo escuchar en Al Rojo Vivo una reflexión de Eduardo Inda, que a priori, parece sensata. Dijo el director de OkDiario que, a quienes vienen a Europa -refugiados, migrantes- “hay que exigirles que se adapten a nuestras costumbres”.

El argumento, como todo buen cuñadismo, es convincente. ¿Quién no querría que el otro, el extraño se pareciese más a nosotros? Da igual que hablemos de un señor chino, el vecino del quinto o nuestra pareja. Cuanto más parecida sea la persona con la que convivimos, menos miedo a lo ajeno tendremos. Es puro instinto de supervivencia.

Por fortuna para todos, hace tiempo que superamos la fase de los instintos, gracias a la llegada de la civilización. Y por fortuna para los espectadores del debate de La Sexta, allí estaba Jesús Núñez, co-director del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria, quien cortó enseguida el argumento de Eduardo Inda: “Lo que hay que exigir es que cumplan las leyes”.

Esa es la clave, ni más ni menos. El único límite que podemos exigir a los demás es el de cumplir las leyes que por consenso nos hemos dado entre todos. El de las costumbres es un terreno resbaladizo, porque hablamos de un término subjetivo y variable en cada persona.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, una costumbre es la “práctica tradicional de una colectividad o un lugar”. Por supuesto, no hace ninguna mención a la época temporal de una costumbre. Por ejemplo, ¿hay que prohibir que las musulmanas lleven velo? Quizás desde un punto de vista occidental y posmoderno muchas dirán que sí, pero a mi bisabuela Victoria no le vi el pelo jamás, pues siempre lo llevaba cubierto con un velo negro.

“Es que a las musulmanas las obliga su marido a ponerse el velo”, dirán algunos. Bueno, dependiendo del caso, habrá de todo. Pero en los casos en que eso ocurra, les protegen las leyes sobre Igualdad y contra la Violencia de Género. Es decir, hablamos, de nuevo, de leyes y no de costumbres.

De hecho, la definición que se refiere a “colectividad” o “lugar” es ambigua, y con razón. Las “costumbres españolas” no son las mismas que las “costumbres saudís”. Pero es que las costumbres gallegas no son las mismas que las andaluzas, ni las de Alcorcón son iguales a las de Móstoles. Y en lo que se refiere a colectividades, en mi casa es costumbre comer pasta los martes, pero no aspiro a que todos los extranjeros estén obligados a comer macarrones con queso el segundo día de la semana.

Ha costado mucho sacrificio llegar a imponer el raciocinio, el imperio de la ley y el Estado de Derecho. Y esos deben ser nuestros únicos rubicones.