Vivimos en una sociedad que continúa, explícita o implícitamente, conservando en la conciencia colectiva el sometimiento femenino, como rémora del repudio implacable hacia las mujeres que el cristianismo ha impuesto durante veinte siglos en Occidente. En realidad, las tres religiones monoteístas, cristianismo, judaísmo e islam, han sido y siguen siendo las grandes castradoras de la condición femenina. No sólo discriminan, sino que, además, convierten a las mujeres en víctimas de idearios retrógrados que no las consideran como ciudadanos de pleno derecho, sino como una posesión más del varón.

No exagero nada, por más que nos parezca vivir en una sociedad en la que todo eso, supuestamente, ha cambiado. No. Han cambiado las cosas, sí. Pero no tanto como pudiera parecer. Los obispos siguen vertiendo en sus arengas verdaderas barbaridades contra la condición femenina, y editando libros, con dinero público, con títulos que lo dicen todo: Cásate y sé sumisa. En algunas partes del mundo se sigue lapidando a las mujeres, y en buena parte del planeta, para dar gusto al dios correspondiente, las mujeres no pueden salir a la calle sin cubrir todo su cuerpo, porque su religión alega que es sucio, indigno e incita al pecado. No olvidemos tampoco que en muchos países del islam se sigue amputando el clítoris a las niñas, para que nunca sean capaces de sentir placer. Y no olvidemos que en España, con el machismo religioso como trasfondo, siguen muriendo muchas mujeres asesinadas por sus maridos o parejas. Y tengamos muy en cuenta que el machismo no proviene exactamente de los hombres, sino de la cultura patriarcal y, sobre todo, de las religiones.

Las tres religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo e islam, han sido y siguen siendo las grandes castradoras de la condición femenina

De ahí que muchas mujeres españolas siguen ancladas en esas brumas misógino-machistas y no se aclaren; hasta mujeres que dicen ser progresistas. Será porque se sienten así más a la moda, porque ahora toca, y queda muy bien. Y ya sabemos, las apariencias son las apariencias en estas sociedades que parecen portar en su genética la esencia misma de la hipocresía, de la mediocridad y de la estupidez. Hace escasos días, la Asociación de Mujeres Progresistas de Bigastro (Alicante), celebró el Día Internacional de la Mujer con una misa en la que se leyó un texto machista.

“Ser mujer es llorar callada los dolores de la vida y sonreír en apenas un segundo”, y más perlas dialécticas de este tipo presidieron la conmemoración, repito, del Día de la Mujer, que habían organizado las mujeres de una asociación supuestamente progresista. Me pregunto qué harían y leerían en misa las asociaciones de mujeres ultraconservadoras o siervas de María...Para empezar, estas “mujeres progresistas” ignoran, y la primera en la frente, que el machismo y la misoginia provienen, exacta y precisamente, de los idearios religiosos, en este caso católicos; del islam ahora mejor no hablar. Y, por otra parte, esa frase, pronunciada como si de una floritura verbal se tratara, no es más que el reconocimiento y la aprobación de la sumisión femenina, la consecuencia primera de la misoginia profusamente defendida y difundida por la religión. En fin, que lo llevamos claro las mujeres con esas “progresistas” de pro. Y esto enlaza con el adoctrinamiento religioso en la enseñanza, y con el gran interés de algunos de promover la ignorancia y reprimir el criticismo, la cultura, el librepensamiento y la racionalidad en la Educación. Así nos va.

El machismo femenino es el peor. A día de hoy sigue habiendo aún en este país muchas mujeres enredadas en esa maraña de mezquindad que es la consecuencia de idearios machistas e intolerantes que, aunque ya no sean tan evidentes, pululan todavía a sus anchas por en inconsciente femenino. Son modelos femeninos que me asustan y me espantan. Me refiero a mujeres mediocres que utilizan a los hombres, que se venden por medrar, mujeres parásito, mujeres codiciosas, mujeres cotillas, que miran a las mujeres que no son como ellas con mirada competitiva e hipercrítica, no con mirada de hermandad. Mi rechazo para ellas y para la malicia y la vulgaridad que detentan. Y mi amorosa admiración para esas otras mujeres que huyen del parasitismo, del abuso y de la dependencia; que emanan bondad y dignidad, que no utilizan el sexo ni el amor más que cuando les brota de su sentido de la libertad y de lo profundo de su corazón; que se comprometen de manera profunda e intensa consigo mismas, con el respeto a los demás, y con la vida.

Decía Saint Éxupéry en El Principito que “las únicas mujeres que valen la pena son las que si quieren la luna se la bajan ellas solas. Independientes, les dicen.”

 

Coral Bravo es Doctora en Filología