Casi veinte años después de la muerte de William S. Burroughs, podemos confirmar varias certezas que el paso del tiempo y las relecturas de su obra han reforzado: aquel escritor era un genio, era un provocador, era eficaz en sus formulaciones. La primera afirmación se puede comprobar leyendo Yonqui, El almuerzo desnudo, Mi educación. Un libro de sueños, La revolución electrónica o Blade Runner: Una película, por citar algunos ejemplos. La segunda, con cualquiera de esas sentencias provocativas que muchos han convertido en lemas, en fórmulas sagradas, en consignas revolucionarias: La palabra fue en otros tiempos un virus asesino o Dejamos caer unas cuantas pistas falsas, por supuesto… siempre hay que dejar la puerta abierta a echar la culpa de todo a una conjura de derechas (ambas incluidas en este breve Manual revisado del boy scout, con prólogo de Genesis Breyer P-Orridge y traducción de Javier Calvo). La tercera, su eficacia con las formulaciones, también se puede encontrar en el libro del que hoy hablamos; en el punto 4 de su lista para obtener la independencia de la dominación ajena y de consolidar las ganancias de la revolución, dice lo siguiente:

La burocracia española, que empieza siempre con un cabrón incompetente, perezoso, deshonesto y superfluo que luego llena su despacho con sus parientes incompetentes y los pone a todos a rellenar formularios absurdos, debe ser atacada en su raíz. Hay que destruir todos los impresos y registros.

Con la anterior consideración ya se podría haber ganado el cielo y nuestras simpatías mientras leemos este texto revolucionario, que estaba grabado en una cinta de casete hasta que Breyer P-Orridge y James Grauerholz lo convencieron para difundirlo. Pero es que el gran William Burroughs no se queda sólo en eso: este ensayo, que se convierte en una brújula de tácticas agitadoras, de armas de perturbación y de subversión, de notas que sirvan para una revolución mundial, entre otros asuntos de esta especie de llamamiento, podría ser el complemento perfecto de V de Vendetta y de Watchmen. Los editores de La Felguera ya avisan en una de las solapas que este libro puede ser leído como "un auténtico manual terrorista" o como "una fantástica comedia". Allá cada cual en su entendimiento. Para mí es lo segundo: algo que actúa como añadido a varias de sus novelas o a las citadas obras de Alan Moore. Sea como fuere, Burroughs siempre estuvo preocupado por los sistemas de control del gobierno, y su desafío (el del autor contra los organismos sociales de dominio y manipulación de las personas) empezaba siempre en la palabra: al virus propagado por el régimen él solía oponer su propio virus, sus propios artefactos literarios, su palabra. Lo que Burroughs no intentaba era derrocar a cualquier sistema, sino a los gobiernos injustos, dictatoriales, empeñados en colonizar y en destruir: esos que devoran despacio al ciudadano mientras su bota les pisa el cuello, esos que conquistan y someten a los pueblos menos fuertes del planeta. Él mismo consideraba que su ensayo era peligroso. Si eres fan del autor, tu obligación es leerlo ya mismo.