El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha recibido a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, una reunión que inicia una ronda de contactos de Puigdemont con las máximas autoridades de Cataluña y los líderes políticos para analizar el escenario abierto tras el 27S y el proceso soberanista. EFE



Lo ha dicho hace poco el gran periodista y escritor Valentí Puig, el proceso independentista se ha acabado porque la gente está más que harta. Hartos los no independentistas que son, recordémoslo, la mayoría social en votos de los catalanes. Pero hartos también, y mucho, los que creyendo en la independencia ven como ahora el proceso ha acabado en una comedia como aquellas de Alfonso Paso.

Mientras que una de las tres figuras más importantes del gobierno de Carles Puigdemont, la consellera de asuntos sociales Neus Munté, asegura que la solemne proclamación de la hipotética independencia sería algo simbólico, vamos, como quien dice una broma entre compañeros de trabajo, Marta Rovira, de Esquerra, asegura con aire de vestal romana que de eso nada, monada, y que en dieciocho meses Cataluña estará desconectada del todo.

Al paso que van las cuentas, es posible que lo esté, pero de luz, gas, teléfono y agua, porque a Oriol Junqueras le está empezando a brotar un sudor frío al ver el estado en que Artur Mas ha dejado el erario público catalán. Junqueras, responsable de Economía, dice que los presupuestos van a ser, “forzosamente injustos”, en paralelo pide a los mercados internacionales que inviertan en suelo catalán y, sin despeinarse –tiene poco pelo–, a la vez descuelga el teléfono para llamar a Montoro y preguntarle si ya le ha hecho el ingreso de los fondos de liquidez autonómica.

Nunca un gobierno y sus socios se han desmentido tanto, nunca se ha hecho tanto el ridículo en política, nunca se ha mentido más y con mayor descaro. Todo es un hacer declaraciones, contradeclaraciones e intentar buscar después la cuadratura del círculo para hacer ver que aquí no pasa nada y que todo sigue la famosa hoja de ruta. Hoja que nadie piensa cumplir en el gobierno por una sencilla razón, y es que no se puede. Ni política ni económicamente.

De ahí que el independentismo, una vez cautivo y desarmado el ejército rojo y mantenido el stato quo, se halle separado por una brecha insalvable. Por un lado, los convergentes y los miembros de Esquerra se reparten con alegría y parsimonia los suculentos cargos públicos de la saturadísima y sobrecargada administración autonómica. Por otro, las CUP y los que creían que la república catalana iba a venir de la mano de Mas y sus mariachis, se encuentran con que de eso nada, monada. Echa el freno, Magdaleno, parece que le han dicho al president Puigdemont. En eso anda el hombre, queriendo vender la burra a diario y convenciendo cada vez menos, no a los otros, sino a los suyos propios.

Incluso en la todopoderosa Asamblea Nacional Catalana o el Ómnium Cultural, empiezan a alzarse numerosas voces que piden, además de días históricos, banderas con la estelada y actos de coros y danzas, cosas tan sencillas como ver las cuentas. Delito de alta traición al proceso, sin duda, pero algo impensable solo hace unos pocos meses, cuando de las bocas de los convergentes y su séquito todo eran bravuconadas. El rosario de eslóganes daría para un libro: ahora sí, construiremos un nuevo país, está al alcance de la mano, Votar es normal, España nos roba, en fin, y demás patochadas que han tenido entretenido al personal éstos últimos cinco años, todo para que con tal opio no saliese la gente a preguntar qué pasaba con la sanidad, la corrupción o los sueldazos millonarios de los infrascritos.

Se está gestando una auténtica revuelta de la fronda en el ámbito independentista. Gente desengañada, personas de buena fe, incluso algunos que creyeron que les caería algún cargo y se han sentido abandonados por sus presuntos benefactores. Son gente de base, de la Convergencia de las comarcas de interior, de los militantes de Esquerra de toda la vida, de partidos que pintan poco pero ahí están, como Reagrupament o Solidaritat. Si de ahí saldrá algo positivo o no el tiempo lo dirá, pero lo cierto es que Junts pel Sí se ha convertido en una  especie de PRI a la catalana, auténtica máquina de repartir prebendas entre los suyos y poca cosa más. Y de independencia nada, porque lo que les interesa es tener el poder para hacer la suya.

Es lógico que los puristas del asunto estén que trinan pero ¿qué esperaban? ¿Asaltar el palacio de invierno? Hay que ser muy corto de vista en política para haber pensado que la cosa iba a acabar en algo distinto que la mala comedia que vivimos a día de hoy. ¿O es que alguien creía que Rull, Turull, Forcadell y demás iban a auto inmolarse el altar sagrado de la patria catalana?

Hombre, que ya somos mayorcitos, señores.