El presidente del grupo parlamentario del PSC, Miquel Iceta, durante la rueda de prensa que ofreció tras la reunión de la Mesa del Parlament, celebrada después de que ayer el Consejo Nacional de la CUP decidiera no dar su apoyo a la investidura de Artur Mas. EFE

 

 


La realidad le ha dado una ducha de agua fría al líder de Esquerra. Oriol Junqueras ya se ha encontrado con el primer problema que supone gobernar con el apoyo de según quién. Las CUP han dicho que no piensan aprobar unos presupuestos que no se acomoden a sus peticiones. Y Junqueras, que necesita tenerlos resueltos para ayer, no ha dudado en acudir a Miquel Iceta, líder de los socialistas catalanes.

Este, que es uno de los más inteligentes políticos catalanes, no le ha dicho que no, pero habrá que pactar. Temas como la sanidad o la educación deben pasar a ser la prioridad. Pero, además de esto, que es lógico en un partido de izquierdas, Iceta quiere ir un paso más allá. Espera obtener dos cosas que son básicas para el PSC. La primera es aguar aún más si cabe el famoso proceso independentista. Es un trabajo en el que, al parecer, no está solo. El propio gobierno de Carles Puigdemont está dando evidentes muestras de un retroceso en el nivel de las declaraciones y de los hechos. La inminente desconexión, con la que tanto han insistido, tal parece que se limitará a intentar que no les desconecten la luz, el gas, el agua y el teléfono.

Dicho esto, el segundo objetivo del sagaz primer secretario socialista catalán es ganar protagonismo en la escena política. El PSC se siente, por primera vez en su existencia, comparsa y no actor principal. Si con Pasqual Maragall los de Iniciativa eran el florero, igual que lo era Unió con Convergencia, ahora los comunistas parecen atraer toda la atención política y mediática. Iceta, que sabe de comunicación más que Escartín, pretendería con su implicación en la aprobación de los presupuestos del gobierno de Junts pel Sí mostrarse ante el electorado como elemento clave.

No es la primera vez que el líder socialista se las ha tenido que ver con los de Esquerra. En las épocas del Tripartito él mismo, junto a otros destacados dirigentes del PSC como José Zaragoza, fueron los que detrás de las bambalinas cosieron pactos y acuerdos. El mismo Iceta ha desplegado una actividad discreta muy intensa desde las últimas elecciones. Se ha reunido con Coscubiela, con Doménech, con gente de Ciudadanos e incluso con personas de Convergencia. Todo sin ruido mediático, sin dar tres cuartas al pregonero, con discreción y eficacia.

Iceta es uno de los pocos políticos activos que en Cataluña sabe mirar a veinte años vista, e intenta restablecer los tradicionales puentes de acuerdo que han presidido la política catalana.

Por su parte, Esquerra se ve abocada al pacto con los social demócratas. Las exigencias de las CUP son irreales y bastante hará el actual gobierno con que no se sumen a una moción de censura contra el gobierno. Una persona muy próxima a Junqueras decía que las CUP están muy bien para las grandes declaraciones, pero que para gobernar el día a día hacía falta gente que toque con los pies en el suelo. Es el precio de querer mandar al precio que sea.

Añadamos a esto las tremendas dificultades con que Junqueras se ha encontrado a la hora de encontrar personas calificadas para ocupar los cargos relevantes de su consejería. Paradoja de las paradojas, Esquerra puede contar en su partido también con un buen número de apellidos para ocuparse de los “días históricos”, pero carece de economistas solventes, de profesionales con prestigio en la cosa del difícil arte de cuadrar presupuestos, cuentas y balances.

Estando como está la Generalitat en bancarrota, poco margen de maniobra hay, pero Iceta y su equipo opinan que puede sacarse partido de la caja autonómica. En todo caso, la participación del PSC a buen seguro que evitaría despilfarros como los fastos del Tricentenario o las embajadas, por poner solo dos ejemplos.

Por el momento, ya se han mantenido un par de reuniones de tanteo y las perspectivas, según dicen algunas personas próximas a ellas, no son malas. Las cocinas de los partidos están a tope y la difícil aritmética existente, tanto en el parlamento de Cataluña como en el de España, pueden depararnos alguna sorpresa.

Porque si los socialistas catalanes pueden apoyar los presupuestos de Junts pel Sí, ¿quién dice que los de Madrid no podrían apoyar otras cosas? Cosas más raras se han visto y, al paso que vamos, se verán.