La infanta Cristina y su marido, Iñaki Urdangarin, a su llegada al edificio de la Escuela Balear de la Administración Pública de Palma, donde comparecen como acusados en la primera sesión del juicio del caso Nóos. EFE



Esta mañana, con los votos de Barcelona en Comú, el partido de Ada Colau, los de Esquerra Republicana, el PSC y la CUP, el cónclave de los munícipes barceloneses ha retirado la medalla de oro que otorgara en 1997 el ayuntamiento de Barcelona a Doña Cristina de Borbón y Grecia, Infanta de España y ex duquesa de Palma.

Uno se pregunta cómo se procede en estos casos. ¿Se persona un propio en el domicilio de la persona interfecta y le pide el medallón, así, sin más? Habida cuenta de la alta personalidad con la que nos tenemos que ver ¿es admisible por el protocolo acompañar el gesto, para suavizarlo, de una copla estilo “devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo demás”? Y si es así, quedarse con todo lo demás ¿en qué afectaría al juicio por presuntos delitos de fraude a hacienda y tráfico de influencias en el que Cristina de Borbón se sienta en el banquillo de los acusados?

Su abogado, el ínclito y convergente Miquel Roca, podría ver con buenos ojos tal iniciativa. “Que le quiten la medalla si le dejan los haberes que Noos obtuvo presuntamente de los gobiernos populares de Valencia y Mallorca”, nos parece escuchar de boca del ínclito padre de la constitución. Tal cosa no es baladí. Precisada de cualquier tipo de auxilio, amén de la fiscalía del estado, que no es moco de pavo, la hermana de Felipe VI vería así compensadas sus desgracias como mujer que firmaba todo, todito, lo que su marido Iñaki Urdangarín le ponía delante, sin leerlo. ¡Ejemplo de virtudes cristianas, de esposa ejemplar, de amor entregado y sincero!

Qué lejos quedan aquellos tiempos en que Doña Cristina iba a desayunar a la Librería Laie y escuchaba el rosario de murmullos de admiración que se levantaba a su paso. “Qué alta y que guapa es”, “Qué sencilla, fíjate, ella misma se levanta a servirse del bufet libre”, “Es tan campechana como su padre”. Ah, el sano pueblo catalán, siempre fascinado por todo lo que huela a realeza y corona, cosa muy propia de gentes rematadamente plebeyas y ricas.

Ahora, como en la ópera Madame Butterfly, se encuentra sola, rinegatta di tutti… ma felice. Lo de felice lo suponemos, porque no parece pensar en divorciarse de su marido, ni renunciar a su espléndidamente remunerado trabajo de La Caixa en Suiza – lagarto, lagarto, el país de las cuentas opacas – ni, mucho menos, renunciar a sus derechos dinásticos.

O sea, que con medalla o sin medalla, ella está ahí, con una cara ciertamente de circunstancias y más orgullo que Don Rodrigo en la horca. Ahora bien, seamos justos, no todos los ediles barceloneses han votado en favor de sustraerle el codiciado galardón. ¿Quién se ha opuesto a la horda roja? Exactamente, ciudadanos y el PP.

Como en una nueva edición de las máximas de Perogrullo, los dos partidos han venido a decir que cabe considerar la presunción de inocencia presuntamente inocente. “¿Y si la absuelven?”, se preguntaban inquietos ante la posibilidad de que las masas populares vean cuarteada su fe en la monarquía. Es para responderles “¿Y si sale culpable?”. De todos modos, las cuestiones judiciales han de quedarse para los tribunales, que del resto ya se ocupará el Hola.

A nosotros tan solo nos compete especular lo que va a suceder a partir de ahora con las medallas que entregue el ayuntamiento. ¿Se van a exigir certificados de penales y de buena conducta a los futuros galardonados? Porque entre la infanta y Jordi Pujol, que ya la ha devuelto, vaya temporadita llevamos. Otrosí, ¿hay que hacer revisar por expertos oculistas la visión de aquellos que proponen los nombres de los premiados? Lo decimos abundando en la frase anterior. Lo mejor sería otorgar las medallas en periodo de prácticas y ya luego, si eso, darles carácter de contrato de un mes renovable según se vea.

Así está la mayoría de la gente en España, con contratos basura, en precario, a salto de mata, gente que ni tiene conexiones con los poderosos ni hace negocios presuntamente censurables ni posee influencia alguna para recomendar a nadie. La gente a la que hoy, en Barcelona, le importa un higo si Cristina tiene una medalla o tiene un San Bernardo, porque lo que le molesta es no tener trabajo, estar frita a impuestos, ver cómo su casa, su familia, su propia salud están cada vez más en la cuerda floja por culpa del capitalismo de amiguetes.

Bueno, lo de Noos también les molesta, claro, pero eso debe ser envidia. Es un suponer.