El presidente catalán, Artur Mas (centro), el cabeza de lista de Junts pel Sí, Raül Romeva (izq.), y el presidente de ERC, Oriol Junqueras, durante la celebración con sus simpatizantes de los resultados electorales. EFE



A pesar de las constantes proclamas de adhesión al líder, Convergencia vive una crisis profunda. Salvo unos pocos, la mayoría de pesos pesados del partido están asustados.

“Se lo ha cargado todo”

Artur Mas figurará en el libro Guinness por ser el político que más cosas se ha cargado en menos tiempo. La política pactista del catalanismo, la capacidad de integración de la sociedad catalana, los esquemas políticos que operaban en Cataluña desde el inicio de la transición, la coalición que mantenía CDC con Unió y, por último, su propio partido.

La creación de las candidaturas de Junts pel Sí o Democracia i Llibertat han sido cortinas de humo para no afrontar una pésima gestión como gobernante, haber llevado a la Generalitat a la bancarrota o las políticas más derechistas de Europa. Si durante el Tripartito se vivió del Estatuto, con Mas no se ha hecho otra cosa que hablar del proceso.

Que Mas Colell tenga que ir mensualmente a pedir al estado que le ayude a pagar el gasto corriente, o que los bonos de la Generalitat estén considerados bonos-basura, no afecta nada al president en funciones. Ahora, el nuevo mantra es su investidura y lo malos que son los de las CUP por no apoyarle. El mismo Mas, que decía que no era un problema de nombres, que estaba dispuesto a ir el último, que no sería nunca un obstáculo, que el proceso era lo más importante, ahora no se recata en decir y hacer decir a sus voceros que, sin él, la cosa se va a hacer gárgaras.

Tiene razón. Sin Mas, Convergencia se desplomaría como un castillo de naipes. Hay demasiados intereses alrededor de su persona como para que cualquier otro candidato pueda ocupar su lugar. Pero, como decían ésta mañana un grupo de convergentes críticos con Mas, el problema es que, con o sin él, el proyecto fundado por Jordi Pujol se ha acabado. De ahí que hablen de la creación de un nuevo partido. ¿Nuevo?, se preguntaban. ¿Con quién, con Mas, Turull, Homs, Rull, Gispert? ¿Con Forcadell o Muriel Casals, con Lluís Llach o con Mikimoto? ¿Con los mismos de siempre? Uno de los presentes decía, en tono socarrón, que los integrantes de ésa formación podrían llamarse “El TV3 Pack”, haciendo alusión a que sus caras son con las que nos desayunamos, comemos y cenamos los catalanes desde hace años.

Sin la vertebración que suponía el clan Pujol, el “pal de paller”, a convergencia solo le quedan las sedes embargadas, los casos abiertos por presunta corrupción y la manipulación de la independencia, prometiendo lo que sabía que no podía cumplir. El partido del business friendly, el de los botiguers, el de la menestralía, acaba sus días arrastrándose ante los anti sistema de las CUP. Una ironía tremenda.

Lógicamente, no es nada extraño que la gente sensata del mundo convergente esté desesperada.

Posibles escenarios

Nadie contempla que Mas quiera dejar de ser el candidato a la presidencia. “Tiene un empacho de aduladores”, comentaba un empresario que había apoyado en el pasado a Pujol. Por tanto, o consigue el apoyo de los cupaires, que dicen que podrían enviarlo a Europa como embajador para cantar las virtudes de la república catalana, pero que de presidente, nada, o bien convoca nuevas elecciones. Nada parece indicar que vayan a producirse, sin embargo, movimientos antes de las elecciones generales. Otra ironía de Mas, ver quién acaba gobernando en España e intentar salir del jardín en el que se ha metido.

Caso de convocar nuevos comicios, el entierro político de Mas y de su nueva formación están cantados. Si no van junto a Esquerra, que no quiere unir su destino al de un partido moribundo, quedarían por detrás de la formación de Junqueras, de Ciudadanos y quizás de otros partidos.

Cualquier posibilidad es terrible, dicen en petit comité algunos dirigentes de CDC. Mas ha conseguido la paralización total de la vida política catalana al hacer que todo gire alrededor de su persona. Quitándolo de la ecuación, se despejarían muchísimos de los obstáculos que existen a día de hoy.

Sería bueno, aseguraba ésta mañana un ex conseller, que se recuperase la centralidad del catalanismo tradicional, abandonar la independencia para forjar un nuevo pacto con el estado y gobernar, de una vez, para las personas que están pasándolo mal con una crisis que aún no ha dejado de azotar a las clases medias y trabajadoras.

Pero todo eso, o lo hacen sin Mas, o no podrán. Así nos lo cuentan, así lo dicen y así pretenden llevarlo a cabo. Están desesperados, ciertamente.

Veremos.