Mientras Excalibur – la mascota de Teresa Romero – ha sido sacrificado por el ordeno y mando de las togas madrileñas, el perro de la mujer contagiada por ébola en Estados Unidos no lo será por cuestiones sentimentales. Las autoridades de Dallas han considerado que "el perro es muy importante para la paciente" y quieren que esté a salvo. Son, precisamente, estas diferencias de trato respecto a los animales de compañía - entre nuestro país y la otra orilla del charco -,  las que invitan a la crítica a reflexionar sobre la decisión judicial que ha acabado de un plumazo con el perro de Romero. Ha acabado de un plumazo, les decía,  sin considerar, el valor emocional que el animal suponía para la vida de la pareja.

Hace quince años a mis padres le regalaron una mascota, Estrella se llamaba. Durante todo ese tiempo el animal se convirtió en uno más de la familia. Al cumplir los tres años de vida, el animal enfermó por un tumor maligno. Recuerdo que perdió mucho peso y, apenas tenía ganas de comer; ni siquiera corría por el pasillo moviendo la colita, al oír el timbre de la puerta, para saludar a sus amos. El animal se estaba muriendo y sus ojos hablaban por sí solos. Cuando lo llevamos al veterinario nos dijo que estaba muy enfermo y quizá, la mejor opción sería sacrificarlo para cortar de raíz su sufrimiento. Eran, lo recuerdo, malos tiempos para los míos. Hacía dos semanas que había fallecido mi abuela materna; a mi padre le iban muy mal el negocio, y yo: en la cola del paro desde hacía más de dos años. Por un lado nos creíamos las palabras del veterinario – sobre las pocas esperanzas de vida que le daba a la mascota – y, por otro, algo en nuestro interior nos decía que nunca nos perdonaríamos hacerle semejante atrocidad a "la Estrella". Así las cosas, después de darle muchas vueltas a la cabeza decidí volver a hablar con don Antonio, el veterinario de mi pueblo. Le miré a los ojos y le pregunté: ¿existe alguna posibilidad, por remota que sea, de que mi Estrella supere el postoperatorio? Hombre – me contestó – el animal está muy débil; tanto que ni siquiera te puedo asegurar que resista la anestesia.

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