A veces, en una fecha como la de hoy, 11 de septiembre, es difícil hablar de Política con mayúscula porque como pasa demasiado a menudo, la política cotidiana nos ocupa el tiempo. No significa esto que los hechos que ocurren en nuestro país no tengan la trascendencia que los ciudadanos sienten y los medios de información recogen cumplidamente, pero sí sucede que, en ocasiones, los grandes momentos de la historia de todos quedan en segundo plano enmascarados por las circunstancias.

El 11 de septiembre de 1973, en Chile se produjo un golpe de estado y ese día, en el transcurso de esos hechos murió Salvador Allende. Allende fue el presidente que intentó instaurar el socialismo en Chile por la vía democrática y por eso, el 11 de septiembre tiene un doble significado doloroso: el fin de una democracia y el del hombre que soñó con ella y la hizo posible.

En su último discurso, Allende dijo: “…El proceso social no va a desaparecer porque desaparece un dirigente. Podrá demorarse, podrá prolongarse, pero a la postre no podrá detenerse. Quiero decirles que tengan fe, la historia no se detiene ni con la represión ni con el crimen; ésta es una etapa, será superada; éste es un momento duro y difícil, es posible que nos aplasten, pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores; la Humanidad avanza para conquista de una vida mejor”.

Una alocución premonitoria nacida de la dureza de los hechos y la esperanza en algo mejor y más justo. Unas palabras que en mi casa se han recordado cada 11 de septiembre y que mi padre pronunció hace poco más de un año en una grabación para la Fundación Salvador Allende. Viendo los casos que nos llegan a la Fundación Internacional Baltasar Garzón, repasando la situación diaria de tantos seres humanos desesperanzados, este mensaje se hace cada vez más vigente, más necesario.

Por eso, aunque la urgencia de la actualidad diaria marque nuestros pasos, creo que es importante reflexionar y no olvidar nunca el pasado. Se debe tener presente lo que sucedió en Chile, la figura de Allende como un auténtico exponente de la democracia y de cómo se pudo hacer justicia mediante los procesos legales que se iniciaron a partir de una acción de Jurisdicción Universal en España. Aunque los tribunales no pudieron volver a la vida a los desaparecidos, sí dieron la respuesta que todas las víctimas necesitan y que es indispensable para que podamos seguir llamándonos seres humanos: la verdad.

Correr una cortina de olvido sobre el pasado ha sido siempre la técnica de los usurpadores, de los represores, de aquellos que tienen miedo a que la verdad empañe la propaganda artificial de sus éxitos o descubra una realidad terrible sobre quienes la ocultan. No somos ajenos en nuestro país a esa situación. Aquí, tras largas décadas en que las víctimas y sus familias han vivido en un silencio impuesto por el miedo, aún hoy son obviadas y despreciadas las voces que reclaman algo tan básico como recuperar los restos de sus seres queridos, e incluso quienes lo hacen, reciben la acusación de que desean reabrir viejas heridas con 'intenciones inconfesables'.

Muchas son las cosas que aún no se han hecho en nuestro país y esa ausencia de acción no lleva sino a deteriorar la convivencia y la democracia. Vivimos bajo las directrices de gobierno de una élite ideológica asentada en privilegios antiguos; acomodada en sus propios intereses; parapetados en su posición ante un miedo cerval a los ciudadanos que administran y a los que se deben.

No es esa postura política la que una sociedad del siglo XXI necesita. Partimos de una base social que había conseguido, mediante un esfuerzo impresionante, adquirir unos derechos que ahora son suprimidos sin recato por aquellos a los que parece que estorba la propia ciudadanía.

Se detecta una sensación generalizada de hartazgo y de indignación. Por ello, veo cada vez con más claridad la necesidad de líderes que apoyen lo que los ciudadanos reclaman, que den la respuesta progresista que se precisa uniendo la experiencia y la capacidad de reciclarse de quienes ya saben gestionar, junto a las ideas nuevas y el entusiasmo de la gente que quiere aportar la opinión de la calle. Líderes que sean valientes, que trabajen por la construcción de una auténtica democracia que no esté asentada sobre el olvido, sino sobre la verdad, la justicia y la reparación entendidas como Derechos Humanos de todos los ciudadanos.

Regreso al último discurso de Allende para concluir este recordatorio de aquel 11 de septiembre: “Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo, que mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!”

María Garzón es directora de la Fundación Internacional Baltasar Garzón