Comienza un nuevo curso político, y los dos grandes partidos, que parecen haber encogido a  juzgar por las encuestas, se afanan en dar un lavado de cara, tratando de hacernos creer que sus intenciones son buenas, y que esta vez sí están dispuestos a regenerarse. Todos los años ocurre lo mismo, y siempre queda en nada,  en  muy poca cosa, o incluso se retrocede en el intento.

Lo importante no son las grandes promesas, sino la letra pequeña de sus proyectos, la que siempre  se afanan en ocultar a los ciudadanos para que no sepan cuáles son sus verdaderas intenciones. Se asemejan a las preferentes, que cuando se ponen a la venta los resultados anunciados siempre son satisfactorios, pero que con el tiempo se convierten en un engaño masivo. Y así, una y otra vez, con palabras bien sonantes pero vacías de contenido, aunque en esta ocasión al menos ya saben que los ciudadanos están hartos de ellos y, o cambian, o son expulsados del poder.

No cabe duda alguna que este temor está fundado en una nueva fuerza política, como Podemos,  que parece tener la virulencia de un huracán, que les ha dicho que tienen los días contados,  que son los hechos, y no las palabras, los que deberán demostrar  sus “buenas intenciones”, ya que los modos de hacer política ha de cambiar de una forma tan radical, que hace imposible que puedan pilotar la regeneración democrática los mismos que han generado y ocultado la corrupción.

Si de verdad los actuales dirigentes del partido en el gobierno  tienen intención de acabar con la corrupción, lo primero que tienen que hacer es reconocer sus indecencias, poner encima de la mesa toda la basura que esconden bajo la alfombra, hacer que todos sus políticos imputados dimitan, pedir públicamente perdón a todos los ciudadanos por habernos robado en nuestra propias narices, y a continuación dejar la política para no volver nunca más, dejando que otros acaben la limpieza y comiencen de cero. No es verosímil pensar que  Al Capone y sus secuaces sean las personas adecuadas para acabar con la mafia.

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