El fallecimiento de María Antonia Iglesias es ya trending topic en Twitter y son muchos los que recuerdan la figura de esta periodista de raza que no dejó indiferente a nadie. Entre los obituarios publicados este miércoles, destacan los de dos compañeros, José María Izquierdo y Juan Cruz, que la conocieron bien.

José María Izquierdo recuerda en El País con cariño y respeto a María Antonia, quien tras salir de TVE en 1996 ser "reinventó" en El País, donde volvió a coincidir con ella publicando una serie de entrevistas:
"Sus entrevistas eran, simplemente, magníficas. Por eso, sin duda, soportábamos en la redacción el martirio de tener que cortar aquellos gigantescos textos, que siempre sobrepasaban en varios folios el encargo que se le había hecho. Y además, escritos a máquina, y a un espacio: desconocía qué cosa era un ordenador.

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Fue siempre una mujer de izquierdas. María Antonia Iglesias tenía, y estaba orgullosa de ello, ideología. ¿Pasa algo?, le hubiera espetado con su fiereza habitual nuestra amiga a cualquier petimetre que en público o en privado le afeara esa condición.

La queríamos mucho y muchos. Echaremos de menos su inteligencia y su corazón. Débil, sí, pero enorme. Eva lo sabe. Seguro que la esperan en el cielo de los católicos, porque para acabar el retrato, María Antonia, además de roja, era creyente".

Juan Cruz destaca también su fervor religioso que aplicó a todo, y su energía desbordante:
"Fue comunista practicante, católica practicante, madre, periodista practicante". Su energía rebasaba lo probable y se dedicó por igual a todas esas tareas; descolló en todas, en ninguna se quedó atrás: ni como madre, que lo fue con orgullo muy pregonado de su hija, ni como periodista, que fueron sus dos ocupaciones vitales más queridas y más absorbentes.

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Tuvo un privilegiado acceso (y no por los puestos que desarrolló, sino porque su personalidad se lo permitió) a grandes personajes de la Transición, como Adolfo Suárez, Xabier Arzallus, Manuel Fraga y el ahora tan popular de nuevo Jordi Pujol. Ese acceso provenía de la fiabilidad de su trabajo, y de su encanto personal; pero también de su independencia para abordar a estos personajes como si les estuviera tomando a todos ellos la lección sobre lo que hacían.

Ese carácter suyo de patrona de sus amigos y también de sus adversarios la convirtió en una mujer querida y temida a la vez, querida y temida por los suyos y por los contrarios. De esa pasión suya por conversar con los políticos y conseguir de ellos confesiones que otros no iban a alcanzar surgieron no sólo entrevistas memorables a esos personajes señalados, sino también libros en los que se recogen diálogos que son imprescindibles ahora para entender la Transición, tal como ella la vio, tal como la vieron los otros.

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Hay algo más que reseñar en la urgencia de su adiós: en los últimos tiempos, decían sus convocantes en las tertulias de la televisión, ella iba a los estudios, estaba allí durante el programa en el que fuera a intervenir, y desde mucho antes, y no se iba hasta que aquello no terminada del todo, aunque ella interviniera quince minutos. Estaba allí como agarrada del oficio, hasta el fin. Su energía era proverbial, le nacía del amor al periodismo, que sólo era menos grande, en su caso, que la devoción que sentía por su hija".