carlosfabraPues va a ser que sí, que la Justicia a veces existe. Carlos Fabra, el gran Carlos Fabra, el abuelo del aeropuerto sin aviones, el otro gran ‘cacique bueno’ de la política española, dará con sus huesos en la cárcel. Seguramente usted lector, como yo, al escuchar la noticia habrá pensado: “Ya, pero ¿cuánto tiempo pasará entre rejas?”. Es verdad, pero la noticia es la que es.

Lejos quedan aquellas jornadas de lujo (según las crónicas), los insultos contra la oposición (como hemos visto en tv) o las presiones a fiscales y jueces (denunciadas por muchos de ellos y plasmadas en traslados incomprensibles).

Carlos Fabra ha hecho de Castellón su reino de taifas, en el que solo ascendían sus acólitos. Donde los parados lograban un empleo tras pasar por el aro; un lugar donde las hojas de los árboles no caían sin su permiso. El silencio hace cómplices a muchos de los que han arropado a un tipo al que todo el mundo debía favores y que encontraban la justificación bajo el mismo paraguas argumental de que “él trae la riqueza para su tierra”.

Un fenómeno similar se dio en las Rías Baixas gallegas donde, en los años 80 y 90, los traficantes de tabaco y droga abusaban de su posición de poder y de los ‘favores’ a la comunidad para ‘pagar’ el apoyo incondicional de un buen número de vecinos. A los aduladores les daban igual los miles de cadáveres de la heroína. Es curioso como la justificación entonces era la misma o similar a la que durante décadas han utilizado los aduladores del abuelo con aeropuerto: “eles son os únicos que miran pola súa terra” (ellos son los únicos que miran por su tierra).

Es verdad que los ciudadanos tenemos mucha culpa (o toda) de que personajes como Fabra sean representantes públicos. Pero no es menos cierto que, en este ambiente de zozobra judicial, los políticos y sus partidos deben ofrecer explicaciones. El PP, por ejemplo, ha visto en menos de una semana como dos de los ejemplos de gestión hasta hace bien poco del presidente del partido y de España, Rajoy, han recibido el escrito que les envía a la cárcel.

Pero volvamos al caso de Fabra porque la estirpe continúa. Su propia hija es hoy diputada en el Parlamento. Es verdad que no podemos realizar siempre la correlación de padre corrupto, progenitores corrompidos. No obstante, hoy muchos se han acordado de Andrea Fabra. Yo, sin ir más lejos, he recordado aquella filosófica frase que pronunció en el Congreso a propósito del debate sobre los recortes contra los parados practicados por el Gobierno. Ella, que ha estudiado en los mejores colegios de pago (digo yo) soltó el ya famoso “¡Que se jodan!”.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco… veinte segundos es el tiempo que mi cerebro  ha tardado en rememorar la frase y la cara de la susodicha en el momento de pronunciarla ¿Y ahora qué? Pues que en una situación así, con Castellón en plena ebullición turística y la familia de intocables… tocada y hundida, solamente me viene una expresión a la cabeza pensando en él y en su hija. Todos sabemos cuál es, pero por si hay algún despistado: ¡Que se jodan!

Ah, y no me vengan con lo del rencor y esas cosas porque, al fin y al cabo, estudié en la pública y con la EGB, de manera que estoy justificado.

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