Pedro Sánchez, en el Congreso Extraordinario del PSC, celebrado este fin de semana. (Foto: Flickr PSOE)



En apenas mes y medio han ocurrido más cosas en el Partido Socialista Obrero Español que en tres años. Es el efecto de una erupción contenida, como si finalmente la presión de la botella llegara a tal punto que, más que descorcharse reventara. El PSOE ha caído a un suelo electoral impensable en el 2010 e inimaginable para quienes vivieron las glorias del 82 y del 2004. Nadie en la anterior dirección hizo nunca el menor ejercicio de autocrítica y lo más dañino para el partido fue mantener el espíritu de desconfianza interna tras el congreso de Sevilla. Si hay un consenso unánime entre los militantes socialistas es que no puede volver a ocurrir, bajo ningún concepto loq que pasó después de aquel congreso.

Integración real
El PSOE llega exhausto al ecuador de la Legislatura. El desánimo y la decepción de los militantes ni se podía ya disimular ni contener, y se vio en el resultado de las elecciones europeas. Por el camino surgió "un militante un voto" para elegir al secretario general, algo que ni estaba en los estatutos del partido ni se aprobó en la conferencia política y que cuando lo propuso Óscar López el pasado mes de enero casi le cuesta que Rubalcaba le cortara el cuello. Pero tras las europeas el partido, mejor dicho la dirección del partido, estaba en estado shock y Eduardo Madina consiguió que se votara para elegir al sucesor de Rubalcaba. Fue el propio Rubalcaba, como secretario general, quien esta vez si impulsó la democracia interna.

Ya tenemos nuevo secretario general, elegido por una mayoría apabullante de la militancia. Pedro Sánchez ha basado su campaña en la unidad y en la integración porque esos eran los principales dramas del partido y es imperativo, por el buen futuro del PSOE, que lo cumpla. Esta vez no puede ocurrir como en el post congreso sevillano, donde los ganadores se emplearon a fondo en arrinconar, por no decir laminar, a los perdedores. El principal error de Rubalcaba fue no integrar, fue dejarse llevar por su obsesión personal contra Carmen Chacón porque el PSOE no se puede liderar contra nadie de sus propias filas. Es no solo deseable, sino absolutamente imprescindible, que el nuevo Secretario General hago justo lo contrario de lo que hizo Rubalcaba tras ganar el congreso de Sevilla.

Generosidad
Para que la unidad del partido sea real en el menor tiempo posible han de cumplirse dos condiciones, que el ganador sea generoso y que el perdedor también lo sea. Obviamente es Pedro Sánchez quien debe tomar la iniciativa y parece que así lo está haciendo, pero el ejemplo del secretario general debe rezumar hacia abajo, hacia las estructuras regionales, provinciales y locales. O el Partido Socialista acaba con los rencores internos o los rencores acabarán con el Partido Socialista. No se puede encarar la recta final de la Legislatura, con el país depauperado y un retroceso en derechos y libertades insoportable, más pendiente de vendettas internas que de dar respuesta a lo que la gente pide en la calle. También debe haber generosidad por parte de quien no ha ganado, dicho de otra manera: el PSOE se unió después de el congreso del 2000 porque Zapatero supo integrar, no tuvo jamás una mala palabra contra quienes no ya le despreciaban, sino que poco menos le insultaban (como Ibarra), y Pepe Bono puso por delante el deseo de ver al PSOE en forma a su decepción por la derrota.

Coherencia aquí y en Europa
En mayo de 2010 el presidente Zapatero tuvo que elegir entre el rescate o un recorte presupuestario de 15.000 millones de euros y bajar el sueldo a los funcionarios, además de congelar las pensiones máximas (no las mínimas que subieron). No se tocó ni la sanidad ni la educación, como sí hizo el PP después con su dos recortes, el primer de 8.000 millones y el segundo de 65.000. Dentro y fuera del partido se nos reprochó a los de Moncloa no haber sabido explicarlo pero en realidad no había explicación que valiera. Después de haber sido el Presidente con la tasa de paro más baja de la Democracia (7%) y haber logrado por primera vez en la historia superávit , Zapatero interiorizó la derrota y dispuso su relevo. El PSOE ya pagó en las urnas el haber tenido que hacer lo que tocaba en colisión con lo prometido.

Nos olvidamos fácilmente de los datos. Rubalcaba era el político mejor valorado por los españoles, por encima de Zapatero y Rajoy, en el año 2010. Y era querido dentro del PSOE, por eso lo eligió Zapatero. Y Rubalcaba no quiso primarias. Era vicepresidente del Gobierno y el político más valorado y solo él es responsable, como secretario   general implacable que ha ejercido, de las encuestas que median entre el Congreso de Sevilla y las elecciones europeas. Echarle la culpa a Zapatero (misma estrategia que el PP, por cierto) hace mucho que no le servía, ni en el Parlamento ni en el partido.

El PSOE ya no tiene excusas y ha de ser coherente. Y para lograrlo no puede prometer o comprometer cosas que no sepa a ciencia cierta que va a cumplir. Sirvan dos ejemplos, el primero el más demoledor: el secretario general del PSOE no puede pedir la dimisión del presidente del Gobierno en el Parlamento por la mañana y ofrecerle un pacto de Estado por la tarde, como hizo Rubalcaba. Y el PSOE no puede prometer en la campaña de las europeas que no habrá coaliciones con la derecha ni dentro ni fuera de España, arremeter contra lo que representa Juncker y luego votarle. Ramón Jáuregui es un político veterano y a estas alturas debería saber que entre lo que el PSOE pacta con sus votantes y lo que pacta en los despachos debe haber coherencia y si no es  posible siempre debe prevalecer el pacto con los votantes. Las declaraciones de Jáuregui doliéndose de que el nuevo secretario general ordenara votar no a Juncker como presidente del Consejo Europeo señalan lo que no debe volver a pasar en el PSOE. Si a Jáuregui le parece un tremendo error la orden de Sánchez puede ser coherente con su pensamiento, abandonando el escaño, por ejemplo.

Ventana de oportunidad
La renovación inútilmente postergada finalmente se ha abierto paso. Todo proceso electoral interno deja heridas, por eso la tarea prioritaria es cerrar esas heridas. Solo cuando el enfermo está de verdad curado puede volver a ponerse en marcha con ilusión y ánimos renovados. Al PSOE se le ha abierto una 'ventana de oportunidad' y, o la aprovecha o puede ser la última. Hay una pizca de ilusión entre los votantes y entre los militantes socialistas, es una chispa y ya no nos quedan ni más cerillas ni mecheros.