Si algún día esta medida se aplicara – no me extrañaría nada – probablemente yo – el que escribe – sería uno de sus principales infractores. Lo sería y les voy a decir el porqué. Hace unos meses, concretamente estas navidades, asistí a mi médico de cabecera por un dolor punzante en el pecho. Me dolía justo en el esternón. Tras el reconocimiento protocolario, el doctor me diagnóstico ERGE. Era la primera vez en mi vida que oía semejante tecnicismo. Cuando llegué a casa, lo primero que hice fue teclear "ERGE" en el Google. Las siglas correspondían a: "Enfermedad por Reflujo Gástrico Esofágico". La sintomatología que leí en Internet, la verdad sea dicha, estaba a "años luz" de la mía. A pesar de la desconfianza con el diagnóstico del facultativo seguí el tratamiento prescrito: Omeprazol y Levogastrol, durante dos semanas. Transcurridos quince días, volví a a mi médico de cabecera. Tras un nuevo reconocimiento - ¡donde dijo digo dijo Diego! – el ERGE que, supuestamente padecía, se había convertido en una "costocondritis". Volví a casa y, ni corto ni perezoso, hice lo mismo que la vez anterior. Tecleé "cos-to-con-dri-tis" en el portátil y zas: "inflamación de los cartílagos que unen el esternón con las costillas". Después de otras dos semanas con el maldito dolor decidí "plantarme" en el hospital. Recuerdo que era un viernes. Llegué -llegamos, me acompañó mi mujer-, a las ocho de la tarde y salí – salimos- a las tres de la madrugada. El diagnóstico: "gastritis aguda".
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