El tenista español Rafael Nadal celebra la victoria ante el suizo Roger Federer tras el partido de semifinales del Abierto de Australia de tenis. EFE



A ver. No es que no me guste NADA de Nadal, es que hay muchas cosas que no me gustan. Y otras tantas que sí. Pero es el típico tío con en el que no se mete nunca nadie en los medios de comunicación ni en los bares [en los clubes de tenis es otra cosa] y hay motivos para hacerlo.

Nadal es al tenis lo que el catenazzo al fútbol. Adiós al espectáculo, adiós a la diversión… Todo consiste en pasar bolas a tres metros de la cinta. Y eso en mi pueblo no es tenis. Si Nadal fuera ciclista, iría a rueda toda la etapa para atacar en los últimos doscientos metros. Todo vale para ganar. Ganar es lo único que importa. Menos mal que no salió broker, porque El Lobo de Wall Street ese o como se llame iba a ser un fuckin’ beginner a su lado.

Claro, lo digo yo que soy el tipo menos competitivo sobre la faz de la Tierra, también es verdad. Para mí, ganar no significa nada. La única victoria que existe es sobre ti mismo, sobre tus debilidades, sobre tus limitaciones. Pero eso me da para otro post… o varios.

Yo soy padre y mi hijo juega al tenis. Y, francamente, no quiero que Nadal sea su ejemplo [aunque tiene una babolat como la suya]. Un tipo que anuncia una web de póker on line, no es el role model que busco para él. Y, por supuesto, si le veo pegar una derecha y pasar el brazo por encima de la cabeza, se va a enterar…

Yo soy más de Djokovic. Nole se ríe de todo, porque todo es risible, como decía el gran Jardiel Poncela. La pega tan bien como Federer y es más cachondo, más canalla. Djoko juega con las tripas, no con la cabeza. Y ya se sabe que yo soy más de ese palo. Busca las líneas y las cintas y se arriesga. No se queda a buscar el fallo del contrario, a asegurar.

Por último, y aunque pueda parecer anecdótico no lo es, es muy hortera. Pero mucho. Muchísimo. Que no se puede salir a jugar con esas pintas, por dios. Y es más maniático que Melvin Udall. Cada vez que le veo colocar las botellitas, me dan ganas de desordenárselas. La gente tan metódica, que cambia de raqueta en un número determinado de juegos y que es tan supersticiosa, me transmite inseguridad y mal rollo.

Podría seguir un rato más, pero ya os hacéis a la idea, no? Y además el ruido de los que están montando la hoguera en la que me van a quemar en breve por este post, no me deja pensar.

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