François Hollande ha advertido con mucha claridad: “O Europa vuelve al crecimiento, o será imposible contener los populismos”. La persistencia de la crisis económica está acelerando el deterioro social en el Sur de Europa, y el precio a pagar trascenderá el ámbito de lo socioeconómico. Europa pagará un precio político por el crecimiento de la desigualdad y la pobreza. El euroescepticismo, el populismo y el auge de la extrema derecha se están abriendo paso de manera acelerada.

Joseph Stiglitz y otros reputados analistas han alertado sobre “el precio de la desigualdad” en términos económicos. Las sociedades cohesionadas y con derechos sociales garantizados no solo alientan la demanda interna con su mayor consumo. Además, resultan económicamente más eficientes, como lo demuestra el funcionamiento de las economías propias de las sociedades desarrolladas del centro y el norte de Europa. Más precariedad social no equivale a más competitividad y más crecimiento. Todo lo contrario.

El empobrecimiento de las poblaciones más castigadas por la crisis y por la ulterior estrategia austericida está llegando a límites terribles en naciones acostumbradas hasta hace poco tiempo a vivir razonablemente. Es el caso de Grecia, de Portugal, de Italia y de España, por supuesto. Los últimos informes de Cáritas, de Alternativas y de Sistema alertan sobre la existencia de más de 11 millones de españoles por debajo del umbral de la pobreza, 3 millones de pobres severos, cerca de 2 millones de familias con todos sus miembros en el paro, más de 2 millones de desempleados, más de tres millones viviendo de los comedores sociales… Sencillamente no es soportable.

Pero, por si la ineficiencia económica y el riesgo del estallido social no son argumentos suficientes para que Merkel y compañía rectifiquen sus políticas irracionales, habrán de tener en cuenta también la previsible quiebra del régimen político vigente. Europa no sobrevivirá si se condena a la indigencia a la mitad de su población. La derecha centroeuropea, que detenta el poder en el continente, deberá cambiar su estrategia. Si no lo hace por convicción ideológica, por cálculo económico o por razones morales, habrá de hacerlo por pura supervivencia. Cuanto antes se den cuenta, mejor.

Puede seguir este artículo de Rafael Simancas en su blog