Setenta de los noventa y ocho periodistas que en la actualidad trabajan en La Gaceta, el diario que edita el Grupo Intereconomía, se irán al paro. Esta es la última decisión adoptada por Julio Ariza para evitar el cierre del entramado empresarial que preside. De este modo, tan sólo 18 periodistas seguirían en la plantilla de un periódico que en el último año ha visto reducidas sus ventas en un 46 por ciento y sus ingresos por publicidad cerca de un 20 por ciento.

Además, Ariza ha optado por eliminar siete secciones de su periódico: Madrid, opinión, diseño, infografía, publicidad, secretaría y economía. Asimismo, la revista  que hasta ahora era emblema de Intereconomía, Época, pasará a contar con tan sólo un redactor.

Huelga indefinida
Esta drástica reestructuración, unida a que Julio Ariza adeuda hasta seis nóminas a sus periodistas, ha provocado que los trabajadores de La Gaceta hayan iniciado este jueves una huelga indefinida.  Situación que previsiblemente no impedirá que el periódico de Intereconomía llegue a los quioscos este viernes gracias a que apenas una docena de periodistas han optado por no secundar el paro.

Se rompe el silencio sobre Intereconomía
Con la convocatoria de esta huelga se ponen de manifiesto los graves problemas económicos y de línea editorial que atraviesa desde finales de 2010 el Grupo Intereconomía. Prueba de ello es el artículo publicado por Santiago Mata -redactor de sociedad y cultura en La Gaceta desde 2006 y bloguero de Intereconomía-  en su página web.

En su escrito, que ELPLURAL.COM reproduce íntegramente a continuación previo consentimiento del autor, Mata explica por qué opina que “el Grupo Intereconomía tiene cada vez menos que ver con el periodismo”.
Y por qué opino que este Grupo mediático tiene cada vez menos que ver con el periodismo, por Santiago Mata.

Estas son mis opiniones personales -pero a diferencia de los hermanos Marx no tengo otras y me parece oportuno exponerlas- sobre por qué acudo a la huelga con mis compañeros de La Gaceta, y de lo vivido en el Grupo Intereconomía.

Al pensar que mi hasta ahora empleador podría acusarme de deslealtad, me vienen dos cosas a la mente. Una es que difícilmente puede considerarse desleal decir lo que en conciencia uno piensa que es la verdad -además de la conciencia, el estómago obliga a hablar cuando a uno la empresa le debe más de 11.000 euros (netos)-; la segunda es el encuentro que tuve, el primer domingo de febrero, con el productor de un antiguo programa de Intereconomía, y que paso a relatar.

Al cruzarse este productor con personas que le reconocían en la exhibición de aviones antiguos de la Fundación Infante de Orleáns, estas personas le solían decir: “veo su programa”; a lo que él precisaba que ya no lo verían, y que además debían saber que Intereconomía no pagaba (y más cosas que no añado). En varias ocasiones le dije a este buen amigo que no les quitara la ilusión a esas personas, que no hacía falta decir eso. Pero él me insistió en que sí, en que era necesario que la gente lo supiera.

Si me sumo a la huelga es para denunciar este impago, y como este no es más que una parte de la situación -que además se pretende “solucionar” ahora con un ERE que despediría a 70 de los 98 empleados de La Gaceta-, me veo obligado a dar también mi opinión personal sobre esa situación. Hay algo más grave -aunque cuesta imaginarlo- que deber tanto dinero a los empleados.

Razones de un fracaso
No viví en España durante los años de gobierno de Aznar, de modo que sólo por referencias sé que su pacto con Pujol supuso la liquidación del PP catalán, uno de cuyos diputados compró Radio Intereconomía y hoy dirige el Grupo. Como tantas cosas surgidas en España por envidia o deseo de venganza, Intereconomía creció alojando a quienes consideraban que el PP estaba traicionando a sus “principios”, aparte de alojar a valiosos profesionales que nada tenían que ver con eso.

Por mi parte, entré en el Grupo Intereconomía cuando éste absorbió al grupo editor de La Gaceta, en otoño de 2009. Personalmente, la forma como se adquirió el Grupo Negocios -después de haber incumplido la promesa de entrar en él mediante una ampliación de capital, para luego pedir que saldaran las deudas, y finalmente que todas las acciones se vendieran a un euro-, me convenció de que en la presidencia de Intereconomía no regían los principios de humanismo cristiano que se proclamaban.

Lo que desde luego no regía eran las normas básicas del periodismo, es decir, buscar y decir la verdad. Me encontré con que un excelente equipo de profesionales del periodismo pasamos a ser dirigidos por políticos que continuaban la política “con otros medios”.

Mentir no necesariamente se paga con el fracaso. En el caso que me ocupa, quien regía el grupo se olvidó de una enseñanza tan elemental como que Roma no paga a traidores. Intereconomía puede haber tenido un papel en el “asesinato” político de Zapatero, pero como sucedió con quienes mataron a Viriato, nadie se lo ha pagado. A Rajoy no solo le basta con ABC y La Razón -y sus correspondientes grupos mediáticos- para lavar su imagen ante la opinión pública, sino que el Arriolismo que profesa le ha llevado a alejarse de todo lo que huela a derecha, en particular de Intereconomía.

Si Intereconomía tenía o no futuro tras la victoria del PP ya no es cosa mía adivinarlo. El hecho es que no se hizo nada inteligente hasta ver que el desastre ya era inevitable. Sin embargo, todavía ha sido posible decir la verdad o al menos no mentir dentro de este grupo, razón por la cual hay en él tanta gente excelente. El ERE de mayo de 2012 y la entrada de un liquidador no suponían grandes novedades en este campo.

Para qué queremos Público, si tenemos La Gaceta
Finalmente, la presidencia ha optado por una política suicida de disparar a todo lo que se mueve, en este caso la Iglesia y el PP, que seguramente habrá dejado perplejos a quienes pensaban que en este grupo había algún principio aparte del de decir sí al jefe. Una traca: ante la publicación de los datos del IRPF -un miércoles-, la consigna era preguntar a la Conferencia Episcopal qué parte iba a paliar el déficit de la Cope y 13TV (yo me negué a escribir eso: lo hizo otra persona). Al día siguiente, se adjudica una doble página a dar pábulo a los bulos del ladrón del Códice Calixtino sobre trapicheos sexuales en la Catedral de Compostela: también me negué a escribir eso. El viernes, se trataba de reproducir bulos de un diario anticlerical italiano según el cual el Papa renunciaba por presiones de un lobby gay en el Vaticano (ahí ni me pidieron escribir). El lunes, quien estaba al cargo del teléfono me dijo que no tenía ni un momento libre de tantos suscriptores que llamaban para darse de baja. Quizá por eso se dé algo de tregua a la Iglesia, pero lo que es al PP no.

Ejemplo de versatilidad hace un par de días: por la mañana se anuncia que hay que darle leña al ministro del Interior por meterse con el “matrimonio gay”: un ministro del Gobierno Rajoy metiéndose en un jardín que no es el suyo. Pero una vez descubierto que haría más daño al PP revelar que eso que ahora muchos del partido critican es lo que el PP decía en el recurso de inconstitucionalidad, al final se elogió al ministro para dejar mal al PP y al Gobierno: el que antes era criticable por meterse en jardines se volvió héroe por ser el único coherente.

Hoy mismo me decía una persona que Intereconomía sigue siendo importante para decir muchas cosas que otros no dicen. Puede ser. Inicialmente, yo sólo pretendía decir que es incompatible denunciar injusticias con estarlas cometiendo dentro. Pero quizá mi principal conclusión es que es lógico que quienes se unen por motivo de envidia terminen cometiendo todo tipo de injusticias. El rencor no es buen cemento social. No niego que quepa hacer algo bueno en ese entorno; no digo que yo sea la prueba de ello, pero al menos lo he intentado, como tantos otros. Ahora no quiero seguir colaborando con semejantes injusticias.

Y aunque no me lo pregunten, les diré que entre lo más útil que he aprendido en Intereconomía es que, al menos en el aspecto directivo, el comunismo (o la democracia) es mejor que el fascismo. Porque cuatro ojos ven más que dos y en una dirección colectiva es posible corregir errores. En el fascismo, en cambio, no solo el de abajo nunca puede abrir los ojos al de arriba para que rectifique, sino que este se rodea de aduladores que le hacen ahondar en sus errores. Y que no se asusten los rojillos: el fascismo existe, pero es irrelevante. Y hasta deja decir verdades cuando le conviene. No sigo, porque puede parecer irónico, y todo este asunto -el fracaso de la derecha española, y en particular el fracaso hasta ahora de todo intento serio de que el humanismo cristiano tenga influencia social (en este caso reducida a lo político: evidentemente, el fascismo para esto no es ni medianamente buen compañero de viaje)- no tiene nada de gracia. Es tan triste como que, en política, los españoles tengan que elegir entre una izquierda que profesa burdas mentiras y una derecha que no se atreve a profesar las verdades que conoce.

7 de marzo de 2013, día en que comienza la huelga en La Gaceta.