Durante cuatro años, el príncipe elegido se convierte en un activo bursátil sujeto a las turbulencias de su entorno. La corrupción y los incumplimientos del programa son los achaques que infravaloran, día tras día, el precio de sus acciones. La honestidad y el cumplimiento con lo pactado siembran las tendencias alcistas de su legitimidad y las posibilidades de reelección. A lo largo de su mandato, el valor del gobernante cambia de valor. Cambia, de la misma manera, que los camaleones mudan su color para camuflarse del enemigo o atraer a sus parejas. Son precisamente, esos cambios coyunturales desde que comienza el encargo de su mandato hasta el día de las urnas, los que marcan el devenir legítimo del elegido.
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