Los españoles somos tan amantes del jolgorio que, además de las citas electorales, nos hemos dado entre todos unas cuantas fiestas más de la democracia. Una de ellas es la que tuvo lugar este jueves, Día de la Constitución, aunque este año, más que fiesta ha sido un sarao de tres al cuarto. Hasta el local del evento ha bajado de categoría y por primera vez en la historia no se ha celebrado en el Congreso de los Diputados, sino en el Senado. El motivo no es el miedo del PP a posibles protestas, ni siquiera las prohibiciones de Ana Botella a las macrofiestas. El culpable es Zapatero, cuya herencia envenenada, según el PP, también incluía goteras en el edificio. Y han tenido que aprovechar el puente para hacer reformas, no vaya a ser que las obras coincidan con uno de los muchísimos días en que Mariano Rajoy comparece en la Cámara.

Alicatados aparte, si hay algo que ha empañado esta fecha ha sido el dato desvelado un día antes por el CIS. Más de la mitad de los españoles están poco o nada satisfechos con su Constitución. Quizás la razón sea que un 44,6 por ciento está convencido de que la Carta Magna se respeta “poco o nada”.

Más allá de los toros o la costumbre de cenar a las 11 de la noche, la Constitución sí debería ser uno de los pilares que une a un país. Una razón de consenso, pero también de identidad. Más en una época de depresión a la que la gente sólo se le dice lo que no es.

Porque España no es Grecia, pero nuestros ciudadanos son más pobres cada día que pasa. Y nuestros médicos y profesores también pasan más tiempo en la calle que en sus puestos de trabajo. Porque para que nosotros podamos ejercer nuestros derechos en hospitales y escuelas, ellos se están dejando la piel, y el sueldo, en cada protesta.

España no es Irlanda, pero nuestros bancos también han sido rescatados en masa con dinero público. Los raquíticos impuestos irlandeses que atraían a empresas extranjeras enmudecen ante la amnistía fiscal de Cristobal Montoro. Frente al deprimente clima de Dublín, nosotros ofrecemos sol, playa y permiso de residencia, para rusos y chinos a ser posible.

España no es Italia, donde se impuso a un tecnócrata como jefe del Gobierno para cumplir los dictados de Bruselas. Aquí, en cambio, nos gastamos la pasta en unas elecciones para votar una mentira y elegir a un jefe del Gobierno que cumple los dictados de Bruselas. Que no tiene libertad para cambiar la norma que rige unos desahucios draconianos ni para subir las pensiones como manda la ley.

España no es Uganda, como le dijo Rajoy a Luis de Guindos cuando regateaba el rescate bancario. Esa visión provinciana del presidente del Gobierno se debió ver estremecida este miércoles, cuando se enterase de que España sí es Botsuana, al menos en lo que a corrupción se refiere, según la ONG Transparencia Institucional.

Es urgente que Rajoy comparezca de una vez ante los españoles, bien sea en el Congreso, bien ante los medios, con preguntas y sin censuras. Que cuente a los ciudadanos si hay algo más que su “convicción total de que el crecimiento llegará en 2014”. El viaje de “sangre, sudor y lágrimas” tiene que tener un destino claro para poder embarcarse en él. Porque jugar a ser Winston Churchill no consiste sólo en fumarse un puro de vez en cuando.

Marcos Paradinas es redactor jefe de El Plural
En Twitter es @mparadinas