El Defensor del Pueblo Andaluz dijo hace relativamente poco que la gente está hasta el gorro de los políticos. Y no le faltó razón, aunque algunos que tienen más vanidad que ambición (y esos suelen ser los que más ambición tienen) se rebotaran

Al margen de que al alcalde de Málaga le salga a cuenta del Ayuntamiento ser cristiano, que el Ayuntamiento de Jerez de la Frontera haya dejado a barrios enteros con decenas de kilos de basura mientras usaba los servicios mínimos para zonas que han privilegiado, que los franquistas se reivindiquen a sí mismos en una misa en Córdoba, que el Ayuntamiento de Cartaya (en Huelva) vaya a despedir a trabajadores municipales porque a nadie se le ha ocurrido que quizá bajarle el sueldo al alcalde y sus tenientes de alcalde puede salvar puestos de trabajo (con la que está cayendo eso es de ¡golfo!), etcétera... hoy me gustaría visualizar una situación que se está produciendo en los bancos, según me hacen llegar ciertos afectados, que me siguen contando cosas, a pesar de que yo ya no trabajo en un periódico. Pero como mucho gente insiste en que quiere que sea yo quien lo cuente (cosa que me llenaría de satisfacción, sino fuera porque se trata de cuestiones lamentables; pero como se trata de ayudar, vaya en esto mi ayuda), voy a dedicar este artículo a un hecho que ocurre y del que no se da cuenta en ningún lado.

Ciertas cajas, ahora convertidas en bancos, están ofreciendo a las personas que están en desempleo o cuya prestación finalizó lo que estas entidades llaman “soluciones”. Viendo que el futuro puede estar en la dación en pago (algo que aterra a los bancos, porque eso les jode el negocio sobre el negocio que están haciendo -¡negocio doble!-; otros golfos), están proponiendo a los clientes más vulnerables pagar menos de la mitad de lo que se les reclama o de lo que vienen pagando con retrasos durante los próximos 24 o 36 meses. Hasta aquí parece buena la medida, un dulce para un parado, pero no lancemos cohetes, porque tiene truco. Esto conllevará después un aumento de casi un 25% pasado ese periodo de la hipoteca actual que tenga contraída ese cliente vulnerable, lo que convierte el asunto en todo una suerte de tropelías, por no usar malas palabras, que es lo que correspondería. Con lo de golfos van servidos.

Esto está sucediendo. Y aquí no pasa nada.

El Defensor del Pueblo Andaluz dijo hace relativamente poco que la gente está hasta el gorro de los políticos. Y no le faltó razón, aunque algunos que tienen más vanidad que ambición (y esos suelen ser los que más ambición tienen) se rebotaran. Si la política está para solucionar los problemas de la gente, como nos dicen cada dos por tres, ¿por qué cada vez hay más miles de ciudadanos que se sienten (porque esa es su realidad) a los pies de los caballos sintiendo vulnerados hasta los derechos más elementales de la persona y su dignidad? ¿Por qué no se ha actuado antes ante la corrupción política (¿se actúa con la efectividad que ello requiere?), que es la que ha roto la democracia, si por democracia entendíamos algo más que votar cada cuatro años, es decir, entendíamos todo aquello que conseguimos y que aspirábamos a conseguir gracias a un estado de derecho, que, desgraciada e insultantemente, ha venido a violar no sólo nuestros derechos, sino también la dignidad de muchas personas que creyeron en todas esas buenas ideas y hoy a situación paupérrima suman el regusto amargo de quien se sabe traicionado?

¿Cómo es posible que si estas cuestiones son tan claras y se resumen en frases como “los políticos están entre las principales preocupaciones de los españoles” o “la gente no confía en los políticos” no se reaccione desde los partidos o los sectores que dicen o aspiran a defender a las clases más populares de hoy y las que ayer lo fueron, cuya situación mejoró hasta ser consideradas clases medias (unos y otros suman la mayoría de la población)? Tal reacción no puede seguir anquilosada únicamente en estar a la defensiva y querer meter la cabeza en agujeros de avestruz, esperando a que moscas cojoneras como este que firma y otros más que aquí o en otros lugares reclaman a las izquierdas política, social y sindical su responsabilidad para con el presente y el futuro callemos para siempre.

La izquierda debe olvidarse de cuentas electorales y de calendarios. Debe abrir debates, escuchar a los ciudadanos, actuar en consecuencia cuando se llega al poder y sobre todo cuando las cosas vienen mal dadas, porque al final nadie necesita a un capitán cuando hay calma chicha: al capitán se le precisa cuando hay tormenta e, insisto, hay ciudadanos que se saben traicionados en muchos sentidos: empezando porque nadie se ha preocupado de aplicar políticas económicas de izquierdas en esta crisis (y en eso pueden callar todos los partidos, incluso los sindicatos, cuando vociferan contra la reforma laboral, pero se la aplican a sus trabajadores), pasando por los que han engordado sus barrigas con suculentos sueldos imposibles de justificar, y terminando por los golfos aprovechados corruptos (aquí también valdrían malas palabras) que los partidos en cierto modo han protegido o no han perseguido con la contundencia que tales actos requerían. Al final esas actitudes en los partidos de izquierdas dejan el país en manos de la derecha (vuelvo aquí a recordar que al PP lo votó prácticamente el mismo número de personas; al PSOE lo dejaron de votar cuatro millones e Izquierda Unida, aún teniendo una ley electoral desfavorable para esta formación, no logra atraer a todo el electorado de izquierda cabreado, indignado y, como dijo Chamizo, hasta el gorro).

No se puede esperar a que la gente refugie su voto en la izquierda para que no gobierne la derecha, porque el pueblo ya ha despertado y no está políticamente huérfano. Quizá esté faltando un referente partidista. De ahí que ante ciudadanos más hasta el gorro que nunca, haya que revolucionarse primero a sí mismo (hablo de los partidos, pero de las actitudes, los actos, no de los rostros, que al final es lo de menos) si es de capitanear el barco de una revolución necesaria de lo que se trata, para encaminarnos a la democracia que nos prometieron, la Europa de la que nos hablaron, con la que nos ilusionaron, el estado de derecho que creíamos tener. La izquierda social ya ha abierto los ojos: no es posible que la izquierda política siga ciega y, como la Justicia, también coja, muda y cómplice de aquellos que oprimen a los obreros y los que son hijos de los que fueron obreros, aunque éstos ya no lo sean.