Después de una batida por los demás pupitres elige una víctima que suele contar con dos características que en muchas ocasiones pueden ir unidas: el más inteligente, o el menos fuerte. A partir de su elección, este eslabón perdido de la cadena evolutiva, más cercano a nuestros antecesores de las cuevas que a aquello que aspiramos lograr como seres humanos evolucionados, comienza una decidida campaña de acoso. El único objetivo de la misma es lograr la aprobación de la masa, en general cobarde y rastrera cuando se apila contra el rincón de la papelera, minando la moral del compañero de clase elegido para sus burlas. Las risas de la plebe acomplejada son el alimento del que se nutre cada día el sujeto, mientras el que recibe inicia una jornada más el camino hacia su casa intentando abandonar la mente a pensamientos más elevados, alejados de la bárbara realidad a la que es sometido con tan corta edad.

Si un día se arma de valor, contará a sus padres lo que le ocurre. Cómo es vejado de forma constante por una idiota integral, y las pocas ganas que tiene de volver al colegio. Que vaya su puta madre. Normal. Porque una vez puesto en conocimiento de los progenitores del engendro maltratador las actividades de este en vez de dedicarse a estudiar, nuestra breve conclusión inicial se convierte en ley. Y es que estos, lejos de sonrojarse ante lo que escuchan o comprometerse a poner firme a la muchacha, prácticamente terminan agarrando del pescuezo al profesor por atreverse a insinuar que su niña puede llevar los genes de Capone. No hables así de mi reina, que te meto, gafotas. Vamos para casa, preciosa, que me pierdo.

Esta semana una menor fallecía tras pasar varios días hospitalizada en estado crítico. Intentó suicidarse, y al final logró escapar. Faltó a clase veintiún días en los últimos dos meses y medio. Sus padres han denunciado al instituto en el que estudiaba. Nadie parece haberse dado cuenta de nada. Solo podemos aspirar a que sea la última. A que alguien salga de entre el grupo para ponerse al lado del que está sufriendo, y mirando a los ojos del abusón diga sin pestañear: si cobra este, cobramos todos. Imbécil.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin