Ocurre, sin embargo, que, como estamos en tiempos de revisiones, el ministro de Economía nos ha ofrecido su particular remake de esta fábula de Samaniego y le ha cambiado hasta el título. A partir de ahora el ministro ha puesto todo su empeño en que sea conocida como “El banco malo y el ladrillo podrido”.

La leche ha sido sustituida por el “activo tóxico”, la lechera por el “banco malo” -al que ha denominado  eufemísticamente “Sociedad de Gestión de Activos”- y el desarrollo de la fábula ha sido narrado por De Guindos con una espectacular puesta en escena: la rueda de prensa posterior al último Consejo de Ministros.

Se trata -ha afirmado el titular de la cartera económica- de una sociedad que comprará con dinero público (los 100 mil millones de euros que nos prestará Bruselas) los activos “tóxicos” de  las entidades financieras (la “porquería” de ladrillo devaluado y de crédito incobrable que figura aún en sus cuentas) para que, de esta forma, el sistema financiero no incurra en pérdidas, pero, como las medidas de política económica del Gobierno -¡y aquí la imaginación desbordante y hasta surrealista de la nueva “lechera”!-, lograrán no sólo la superación de la crisis sino que, en el plazo de 10 o 15 años, conseguirán que la “porquería” deje de serlo, que el “ladrillo” vuelva a ser valorado como antes del gran desaguisado y que los empresarios inmobiliarios quebrados devendrán en solventes, ocurrirá, en consecuencia, que el “banco malo” recuperará todo el dinero público gastado, es decir, los 100 mil millones de euros que ya habríamos devuelto los españoles a costa de nuestra sangre, sudor y lágrimas. Pero el ministro ha ido aún más lejos en su desmesura y ha asegurado que esta “Sociedad de Gestión de Activos” podría incluso generar beneficios que disfrutaríamos todos los contribuyentes, bueno, los que sobrevivan en aquellos años. Y ha sido soltar esta delirante elucubración y De Guindos se ha quedado más fresco que una lechuga fresca.

Cuando Samaniego imaginó a una lechera con una mente tan calenturienta que convertía un simple cántaro de leche en una robusta vaca y un ternero, no podía sospechar que más de dos siglos después un ministro de la nación trataría de convencer a sus conciudadanos de que él era capaz de transformar un “ladrillo” podrido en una ganancia para todos. De haberlo sabido el escritor alavés se hubiese sentido un fracasado al comprobar la poca eficacia en el tiempo de sus ejemplarizantes cuentos.

No obstante, no me resisto a reproducir la moraleja de su fábula: “¡Oh loca fantasía! Modera tu alegría; no sea que saltando de contento, al contemplar dichosa tu mudanza, quiebre tu cantarillo su esperanza.” Aunque mucho me temo que el primero que es consciente de esta loca fantasía es el ministro, sus compañeros de Gabinete y el jefe de todos ellos, porque lo que intentan por enésima vez es engañar, engañar y engañar. Es lo que han estado haciendo desde que la mayoría de españoles que acudieron a las urnas el pasado 20-N les aupó al poder. ¿Hasta cuándo?

Gerardo Rivas Rico es licenciado en Ciencias Económicas