Pero hay días en los que el mal se presenta ante nosotros en todo su esplendor. Son momentos en los que nuestra razón zozobra, incapaz de asimilar un hecho que escapa a nuestro entendimiento tan rápido que destruye las corazas que con tanto esmero nos hemos preocupado en construir para resistir en el mundo que vivimos. No estamos preparados, y no podemos dar una explicación a lo que sencillamente no la tiene, porque se trata de un acto derivado de la más pura y simple maldad; de los instintos que se alimentan de las ansias de venganza, por ejemplo, o de esos sentimientos decimonónicos de posesión machista que terminan con tantas mujeres enterradas o  en una vida con miedo.

Muchas personas que se entregan sin condiciones al camino oscuro, una vez perpetrado el detestable acto que con tanta sangre fría han planificado optan por la pretensión humana e inteligente de explicar su crimen desde la locura. Otros eligen el camino del suicidio, que siempre es una condena menor y la puerta de atrás de los cobardes. Pero aquellos que optan por apelar a la pérdida del juicio como excusa para tratar de explicar sus abusos, tras infringir un daño irreparable a los que solo él o ella consideraba culpables de su desdicha… Con esos hay que tener más cuidado. Nuestra incapacidad para asimilar esos hechos no debe llevarnos a una conclusión sencilla: está loco. Para nada. Nadie que es presa de una enajenación mental apaga los sistemas de geolocalización de su móvil durante unas horas, así, por casualidad, para que nadie pueda conocer su paradero en unos instantes en los que, otra casualidad, se ha producido un crimen terrible. Si esos son los actos de un perturbado, vamos a necesitar mucho espacio en los hospitales psiquiátricos de este país.

La descorazonadora noticia que nos llegaba en forma de informe pericial sobre el cruel destino de los niños cordobeses Ruth y José es uno de esos actos que no acertamos a encajar. Se nos escapa. Pero también es un buen momento para ponernos a prueba. No debemos caer en esa salida fácil para obtener respuestas que sería la supuesta locura del presunto autor. Si se demuestra, estamos ante una escena de auténtica maldad. De la que requiere astucia para completar la dramática acción que el criminal ha dejado para la posteridad. De un  comportamiento reiterado que convierte a la persona en un auténtico monstruo. Victor Hugo dijo que es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien.  Puede que no encontremos mejor ejemplo de esa frase que el cruel asesinato de Ruth y José. Dos pequeños con toda la vida por delante cuyo único delito fue caer en las garras un hombre malvado, no de un loco.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin