En Europa conocimos el caso de Dimitris Christoulas, que se quitó la vida en la plaza Sintagma de Atenas, porque dejó una carta culpando directamente a los políticos de aplicar un régimen económico que deja a la gente sin opciones de vida. En Italia el problema es tan grande que el 18 de abril de este mismo año se produjo una manifestación que llevaba como único lema: “No más suicidios”, lo que indica hasta qué punto el asunto era vivido por la población como un problema real y que se debe a causas que no son privadas. Si esa manifestación y aquella ola de suicidios no mereció apenas lugar en los periódicos esta semana en cambio sí se nos ha informado de otros dos hombres autoinmolados, uno a lo bonzo también; es de suponer que en agosto hay tan pocas noticias que incluso éstas encuentren un lugar en los medios. En España el año pasado hubo también suicidios de personas desahuciadas de sus casas, pero estos casos tampoco merecieron, todavía, mucha atención.

Las personas que toman esta decisión son personas expulsadas brutal y radicalmente del sistema, no son personas que hayan sido pobres toda su vida, sino que son pequeños profesionales o trabajadores medios que, de repente, toman conciencia de que se les ha expulsado y que eso, además, es para siempre, que no encontrarán una puerta por la que puedan volver a entrar porque dicha puerta no existe. Es decir, que su vida, tal como esa persona entiende una vida digna de ser vivida,  se ha acabado. Aunque la injusticia pueda ser la misma, emocionalmente no es lo mismo carecer (todavía) de un derecho que haberlo tenido y perderlo. Hacer tenido una vida y ver después como te la roban.  ¿Qué puede hacer un farmacéutico jubilado, que ha cumplido con todo aquello que se supone que es condición para disfrutar de sus derechos de ciudadanía, que ha estudiado, que ha trabajado, que ha sido honrado y ha cumplido con sus obligaciones, cuando comprueba que ha sido despojado irremisiblemente de todo y que su futuro consiste en rebuscar en la basura para poder comer?

¿Sobre qué conciencia recaen estas muertes? Es evidente que sobre la conciencia de los empresarios que tratan de aprovechar la crisis para precarizar en lo más posible estas vidas, no. Tampoco sobre los financieros o banqueros que no tienen ni siquiera un solo pensamiento para las personas a las que sus negocios están, directamente, matando (toda la especulación sobre los alimentos, por ejemplo, produce muerte); tampoco parece quitar el sueño a los políticos que imponen políticas económicas que favorecen este estado de cosas o que permiten que se impongan sin dimitir siquiera, sin expresar tampoco una oposición que pudiera dar esperanzas a otros. Por tanto, que estas muertes recaigan sobre nuestras conciencias; sobre las de los que tenemos que seguir protestando, saliendo a la calle, rebelándonos, negándonos a que los seres humanos sean, seamos, en este capitalismo feroz, reducidos al estado de cosa.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)
http://beatrizgimeno.es