El día del cumpleaños de Fidel Castro las banderas de Estados Unidos ondeaban en las grandes pantallas del Tropicana y la Casa de la Música. Saludan a los turistas llegados del gigante del norte, y solo faltaba un agradecimiento por dejar en la isla sus preciados dólares. Contrasta esta exaltación de los símbolos del que es considerado por el régimen cubano como su gran enemigo con la reiteración de los mensajes que se exhiben por las calles, llamando a la resistencia y al fin del bloqueo - ya toca, por cierto, Mr. Obama - que mantienen los norteamericanos desde hace más de cincuenta años. Es como si la noche de La Habana hubiese entrado en una nueva época, y los rencores se fuesen apagando con pequeñas gotas de apertura y normalidad.

Fidel no apareció el día de su cumpleaños, y ya son varios meses sin verlo por televisión. Es cierto que no se prodiga en estas fechas desde que su hermano Raúl se hizo cargo de la nave, pero los rumores que alimentan sus ausencias se convierten en aire de esperanza para un pueblo cansado. Quizás Fidel no salga para no escuchar a lo lejos los ecos de la música de los Village People que suenan en la fiesta del Tropicana con todo lujo de decibelios, o no le guste lo más mínimo que, para sobrevivir, su estado socialista de la República de Cuba se encamine hacia el modelo de república turística. Seguro que en alguna de sus próximas reflexiones encontrará el método para justificar la presencia de las barras y estrellas junto a los mejores cubalibres del mundo, ligando una mezcla en la que lo único que no tiene sentido es la ausencia de libertades que sufren los cubanos.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
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