La inmensa mayoría del pueblo español, el pueblo llano, no tendrá opción alguna a irse a ninguna de las muchas playas maravillosas que bordean la tierra española. Ni siquiera los parados podrán percibir los famosos y criticados 400 euros que estableció Zapatero a los que se les acababa el desempleo. Yo tengo un hijo en esas condiciones –pese a ser doctor en Física y Matemáticas-, de modo que sé muy bien de qué va ese chollo.

Obscenidad
En el primer año del felipismo en 1983, España también atravesaba por una seria prueba económica. Eran los tiempos de las reconversiones industriales –naval, metalúrgica, minera- y el entonces vicepresidente Alfonso Guerra, al terminar el Consejo de Ministros lanzó un aviso a los ministros y altos cargos socialistas: ¡Ojo, este verano cachirulo y botijo! Quería decir el sevillano que dadas las circunstancias los dirigentes políticos tendrían que tener mucho cuidado de que el poder no les volviera locos y tenían que dar ejemplo de austeridad y sentido común. Nada de yates, grandes fiestas y signos de riqueza o desenfreno.

Pues bien, yo no sé lo que les dirá Rajoy o la vicetodo Soraya pero no vendría mal recordar el consejo porque el horno no está precisamente para bollos con crema.

Sobre todo, si se puede tabular, que se puede, el enorme fastidio del pueblo con todo lo que ocurre. Lo último en esas comparecencias parlamentarias que tratan de averiguar quién se llevó el dinero de Bankia y otras cajas de ahorro que han terminado por colocar al conjunto del país en el abismo. ¡Qué caradura! ¡Qué descaro!¡Yo no he sido!¡Los culpables son otros! En esas estamos. Seguimos sin saber dónde demonios está nuestro dinero con millones de pequeños inversores arruinados y despreciados ó lo que es lo mismo: tras cornudos, apaleados.

Lo realmente llamativo es que a estas alturas no haya ninguno de esos nuevos multimillonarios entre rejas y disfrutando del sol en algunas de las muchas prisiones que pagamos los contribuyentes. Nadie, oiga, ni Gayoso, ni la señora (o lo que sea) de la CAM, ni Blesa, ni Rato, ni Serra, ni Moltó, ni cristo que lo parió.

Todo abrasado
Nada se salva en este final de curso abrasador. Ni la Monarquía, ni la Justicia, ni el sistema financiero, ni el Gobierno (que podría si quisiera dar más hechos ejemplarizantes), ni el conjunto de la llamada clase política. Ni siquiera esa Europa en la que tanto confiamos los ciudadanos de mi generación.

Lo realmente preocupante no es que necesitemos rescates económicos, que los necesitamos; lo realmente grave es que este viejo y cuarteado país necesita un rescate ético porque esto ha sucedido, entre otras cosas, porque hubo y hay personas irreductibles, avaros insaciables, gestores corruptos y dirigentes incompetentes. Porque el dinero se puede recuperar –aunque esta difícil- pero la decencia en los asuntos públicos y privados es algo inherente a una sociedad sana, progresista y en progreso. Sin ese condimento el guiso seguirá en el puchero “in eternum”. Esto que parece algo sofisticado es algo que percibe con toda claridad el pueblo llano. De ahí su enorme desesperanza.

¿Puede cambiar esto?, se pregunta la ordinary people. Difícil, oiga, muy difícil.

Pero no perdamos la esperanza. Sólo nos queda eso.

Graciano Palomo es periodista y escritor, director de FUNDALIA y editor de IBERCAMPUS