Y lo mejor de todo es que no va a ser necesario que se lo impongamos por la fuerza, van a ser ustedes mismos los que van a luchar porque sea en su pueblo, y no en el de al lado, donde decidamos instalarnos. Las ventajas superan incluso lo soñado por nuestros antepasados. No pueden imaginarse el placer que produce ver a algunos de sus representantes políticos, esos a los que ustedes creen que eligen cada cuatro años, interpretando el papel de la vendedora de ropa de “Pretty Woman”. Basta que el Sheldon de turno llegue con una aparente cartera repleta de billetes y diga: “Voy a gastarme una cantidad indecente de dinero y quiero que me haga la pelota”, para que Esperanzas y Arturos se muerdan el labio inferior de emoción y comiencen a poner sobre el mostrador terrenos y leyes a gusto del cliente.
Sheldon los mira con el desprecio del que se sabe superior, y como todo hábil comprador repasa la oferta con cara de cierto desencanto. “No sé, no sé, no me termina de gustar. ¿No tienen algo donde se pueda fumar?”. “Por supuesto señor Adelson, no se preocupe, se corta de aquí un poco la ley y le queda arregladito”. “Ya, pero veo que aquí dice algo sobre niños y juego que no me conviene”. “¡Faltaría más señor Adelson!, si usted quiere niños, los niños entrarán, ¿le gustan de algún tono de piel en particular?”. “¿Y que es esto que dice en este párrafo sobre unos salarios mínimos y un no se qué de derecho a vacaciones y baja?”. “Ni caso señor Adelson, ni caso, precisamente ahora nos acaba de llegar del Congreso una Reforma Laboral que le viene como anillo al dedo”.
Y una vez aceptada la oferta viene el regateo de todo experto comprador. “Bueno, pero por todo lo que voy a gastarme, tendré algún descuento, me regalarán algo, ¿no?” “Por supuesto, usted pida por esa boquita que nosotros fuimos elegidos para darle todos los gustos”. “Pues no sé, se me había ocurrido algo, pero no sé si será muy atrevido, espero que no se ofenda si se lo digo”. “Pero ¿cómo voy a ofenderme Sheldon? si me permite que lo llame así, bien al contrario, me halaga lo que me propone. ¿Quiere que lo hagamos aquí mismo o prefiere que vayamos a un hotel?”. “¡Por Dios!, ¿por quién me ha tomado usted? A lo que yo me refería es a que esto lo financien sus bancos intervenidos, es decir, que lo paguen los propios trabajadores con sus impuestos. ¡Que yo soy un hombre de negocios muy decente!”.
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