Ahora resulta que, para rematar la faena, los secuaces del tal Bashar al-Assad (el sirio), han derribado un avión militar turco que volaba en las inmediaciones de la frontera entre los dos países. Para los que no lo sepan, por herencia de la guerra fría Turquía es miembro de la OTAN. Los americanos tenían que poner allí una enorme base militar para tener cerca la zona de influencia soviética en los países árabes, y el paraguas de la alianza atlántica les pareció a los turcos una buena protección por si acaso sus vecinos se calentaban por las amistades que tenía al otro lado del océano Atlántico. El caso es que, según el tratado de la OTAN, una agresión a un país miembro significa lo mismo que agredir a todos los demás, y el que ha sufrido el acto tiene el derecho a recibir la ayuda de la coalición para responder con la fuerza. Bueno, pues parece que ya hay amparo legal para ir a saludar al dictador hasta la misma puerta del su palacio con bonitos tanques de fabricación occidental u otros juguetes del estilo.
Me dan asco toda esta clase de sátrapas criados en la opulencia lograda con el hambre del pueblo. Y no contentos con décadas de opresión, asesinatos, humillaciones y, en general, de pasarse por el arco de su particular triunfo los derechos humanos, ahora emplean toda la potencia de fuego de sus armas, adquiridas en mercados mundiales encantados de vender, contra los ciudadanos sirios que exigen democracia y libertad; una vida mejor; un país digno para legar a sus hijos... un futuro, en definitiva.
Por eso hay cosas que no entiendo, y me llevan los demonios cada vez que veo a este personaje de medio pelo al que su familia le dejó en herencia el negocio en forma de país. No me gusta la guerra. Es nuestro fracaso. Ahora bien, hay que saber cuándo se ha fracasado con todas las letras, y defender a los más débiles por los medios que sean necesarios para no convertir el hecho de que no estemos a la altura de lo que se esperaba de nosotros en el genocidio de un pueblo inocente. Ya está bien. Llamemos a las puertas del chiringuito de oro de al-Assad, y llevémosle ante un tribunal para que se pase el resto de su vida en la trena. Me parece poco castigo, pero es lo que hay. Tampoco vamos a ponernos a su altura, aunque no será porque no lo merezca.
Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin