No se trata, como podrá deducir, si usted tiene un mínimo de lecturas, de pensamientos especialmente elaborados o brillantes, pero gracias a la política del machaqueo constante, en la que somos los más grandes expertos, hemos conseguido que la asimile hasta el punto no ya de que se la crea, sino de que haya transformado por completo su visión de la realidad.

Cuando usted regresa del trabajo o de buscarlo, que cada día más es la principal actividad laboral del país, y entra en su hogar de cualquier barrio periférico, no ve un pisito de 80 m2 del que todavía le queda por pagar la mayor parte de la hipoteca, sino un lujoso chalet con jardín y piscina, que no puede evitar le haga sentirse corresponsable de la crisis.

Este sentimiento de culpa se acrecienta conforme avanza el mes y ve con claridad que, una vez más, éste también va a llegar con números rojos en la cuenta. Como tantas otras veces, se sienta frente a un papel en blanco, con los recibos que no dejan de acumularse, y se presta al imprescindible ejercicio de reducir gastos. Lo primero, como ha oído constantemente a los grandes expertos económicos, nuevas estrellas de los medios de comunicación, es reducir los gastos superfluos, como el amarre del yate, personal de servicio o alguno de los caballos que utiliza en sus divertidos partidos de polo. Pero por más que repasa una y otra vez los papeles, lo único que encuentra son recibos de la hipoteca, gastos en comida, colegio, agua, electricidad y gas.

Pese a la evidencia de los números, usted no está dispuesto a dejarse arrastrar a la miseria de volver a pertenecer a la clase obrera. No recuerda muy bien ni cuándo ni cómo la abandonó, pero tiene muy claro que su ascensión social no tiene vuelta atrás. Así que vuelve a ordenar los recibos sobre la mesita y los repasa uno a uno, seguro de encontrar alguno de esos muchos lujos de los que puede prescindir para ayudar a su familia y al país.

El sonido de los niños jugueteando en la piscina de metro y medio de largo, lo que su madre, que apenas ve las noticias, se empeña en seguir llamando bañera, lo distrae de los números. De repente se da cuenta de que tanto sumar y restar le ha abierto el apetito y hace sonar la campanita del servicio, pero sólo consigue que acuda el viejo perro de raza desconocida, que ya vivía con ustedes cuando eran pobres, y es usted mismo quien debe levantarse y hacer el largo recorrido de casi seis metros que va desde el saloncito del ala oeste hasta la cocina, situada en el lado opuesto de la mansión. Mientras lo hace, un momento de lucidez está a punto de asaltarlo, pero entonces recuerda haber oído en la radio a un tertuliano experto en psicología social que recomienda que en estos casos la mejor solución es repetir “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, hasta que el sentimiento de culpa venza al de rabia. Y con su alma y la sociedad en paz, se prepara una langosta con forma y sabor de bocadillo de chóped.

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