El eufemismo del día es que España ha obtenido un préstamo barato  que no tendrá repercusión alguna sobre el déficit público y que, por tanto, no precisará de nuevos recortes.

En realidad el eufemismo se ha retorcido tanto que  se ha elevado, o descendido, a la categoría de mentira podrida. Es la última mentira de las muchas con las que nos ha obsequiado Mariano Rajoy.

Aún no se saben las exigencias de la Unión Europea respecto a plazos, tipos de interés, control de la gestión de las entidades intervenidas etc. O sea el contenido del nuevo eufemismo acuñado: “la condicionalidad”.

Ni siquiera sabemos el dinero que exigirá el saneamiento de cada entidad enferma lo que resulta chocante pues Rajoy había asegurado que no formularía la  petición de ayuda hasta conocer la cifra precisa.

Los periodistas acosaron a la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría el pasado viernes en la rueda de prensa posterior al consejo de ministros.

Pidieron una concreción sobre si se iba a pedir el rescate el fin de semana. La vicepresidenta no se salió del guión y reiteró que el Gobierno decidiría al respecto cuando conociera la cifra precisa de las necesidades bancarias.

Y el mismo viernes, el ministro de Industria, José Manuel Soria declamaba solemnemente que el Gobierno no se planteaba ni por asomo la petición de ayuda exterior. Menudo papelón para este ministro que no pierde ninguna oportunidad para el descrédito.

Sean cuales fueran las necesidades de financiación o de recapitalización lo que no puede negarse es que el préstamo es para la banca pero se concede al Gobierno que es quien tiene que responder de su devolución.

Es también evidente que ello significa un aumento de la deuda del Estado y que el pago de intereses tendrá que apuntarse al presupuesto del Estado, que ello ampliará el déficit y que, por tanto, si no cambia la política de la Unión Europea, Mariano Rajoy tendrá que incrementar los recortes.

En definitiva el rescate bancario no cambia la cuestión de fondo: que España no podrá cumplir con sus compromisos si no crece y que para crecer es preciso combinar la austeridad con estímulos para el crecimiento.

No es tampoco una “condicionalidad” menor que la gente confíe en si misma y en el Gobierno. Desgraciadamente hoy ya nadie cree en nada y menos en su Gobierno, prematuramente quemado  ni en la oposición, que aún no se ha recuperado de los errores del pasado.

De la crisis de credibilidad,  solo nos podemos rescatar nosotros mismos.

José García Abad es periodista y analista político