Al final, no habría diferencia entre un dragón invisible,  flotante y con un fuego que no es fuego y un dragón inexistente. Sin embargo, estas trampas han sido usadas por las religiones de todo el mundo para proteger a sus dioses  del escepticismo innato de los humanos. Como católico de misa diaria que es, Carlos Dívar debe estar al tanto de estas triquiñuelas y hoy lo ha demostrado cuando ha intentado colarnos a  todos los españoles que tiene en Marbella un dragón invisible y totalmente legal.

Una a una, Dívar ha negado todas las evidencias que apuntan a que éramos los españoles los que le pagábamos esos fines de semana interminables en Puerto Banús. ¿Con datos reales y facturas? No: con superpoderes como los del dragón.

Tenemos que creernos que no ha cometido “ninguna irregularidad jurídica, moral o política” por el simple hecho de que él tiene “la conciencia tranquila”. Tenemos que creernos que sus desplazamientos continuos “a la provincia de Málaga”  son viajes de trabajo  porque él es “presidente del Consejo las 24 horas del día”. Tenemos que creernos que las 40 cenas en “restaurantes más o menos lujosos” las pagó él cuando no eran oficiales, y que además sólo pedía una de bravas y unas croquetas para no hacer gasto. Y tenemos que creernos que no puede revelar la identidad de su acompañante porque tiene “carácter reservado”.

Además, con todo descaro nos intenta vender que él y su equipo de cómplices van a llevar a cabo una reforma para fomentar “la austeridad y la transparencia” en el Poder Judicial. Con lo que viene a reconocer que hasta ahora el derroche y la opacidad eran la norma con la que se regían en el CGPJ. Ayer explicaba el periodista Fernando Berlín que un vocal del Consejo le había contado cómo había estado en 67 países gracias a su cargo, con excusas tan banales como tener que llevar un DVD a la Patagonia.

Austeridad y transparencia son dos de las palabras más maltratadas desde que Rajoy llegó al Gobierno. Comodines que se usan con desvergüenza pero que todavía estamos por ver convertidos en hechos. Si de verdad quieren transparencia, que Dívar nos enseñe las facturas en el Congreso. Que el PP acepte una comisión de investigación sobre Bankia para que sepamos cómo se lo han llevado crudo sus amiguetes. Que el ministro de Defensa desclasifique los documentos del Franquismo que sigue escondiendo impunemente.

Dívar se nos quiere presentar como una especie de Anacleto, agente secreto, con licencia para cenar. Intenta evitar así dar a conocer quién era ese comensal que le acompañaba  en sus ágapes “con velitas”. Créanos, señor Dívar, nos importa un rábano su identidad, aunque en cualquier país anglosajón bien que le pedirían cuentas por su hipocresía. Con un país al borde de la intervención y con uno de cada cuatro niños oficialmente viviendo en la pobreza, lo único que queremos es que los caprichos, ya que cobra 130.000 euros al año, se los pague usted de su bolsillo.

Marcos Paradinas es redactor jefe de El Plural