Quizá se pueda interpretar tal declaración solemne como un recurso retórico más en un discurso pretendidamente institucional; quizá como un mensaje dirigido a la Canciller Merkel, que estaba perdiendo en ese mismo instante a su solícito colaborador necesario; quizá, simplemente, como una muestra más de la “grandeur” y el chovinismo galo.

Sea como sea, no es difícil plantearse, aquí, en España, entre nosotros, quién de nuestros políticos hubiera sido capaz de decir esas mismas palabras: “No somos un país cualquiera, somos España”. Supongo que nadie.

Y no porque pintemos poco en el mundo, o porque prefiramos el cilicio al gusto, sino porque ese sentimiento común aún está por hacer. Nos guste o no, nuestra historia básicamente se ha construido a través de exclusiones, apropiándose una parte de lo que es de todos.

Más de una vez he escrito en estas mismas páginas que no soy nada nacionalista, de ningún nacionalismo, ni local ni periférico ni general, pero sí envidio a quienes han sabido construir una historia común.

El discurso de Hollande, en su conjunto, reivindica el republicanismo que cualquier francés asume como propio: la libertad, la igualdad, la fraternidad, la laicidad. Ya quisiéramos, ya.

Jesús Pichel es filósofo