Resulta que el pasado año rescaté un plan de pensiones que había ido nutriendo con los ahorros de los últimos diez o doce años -cuando empecé a sentir con carácter anticipado la merma que se produciría de mis ingresos tras la jubilación- al objeto de complementar mi pensión con una renta mensual proveniente de aquel fondo generado a base de algunas privaciones -o sea, nada que ver con los planes de pensiones que son noticia casi a diario en los medios de comunicación y que son auto adjudicadas por determinados prebostes de entidades financieras en reconocimiento al mérito, en demasiadas ocasiones, de haberlas llevado a la ruina-.
Esta renta que complementa mi pensión -que como Hacienda somos todos la hago pública al igual que hacen los políticos- asciende a 600 euros al mes y me durará cinco años. Los aproximadamente 36.000 euros con los que conseguí dotar el plan no dan para más. Pasado este periodo de relativa holgura adiós plan y adiós complemento de renta.
Pues bien, ahora un poco de atención que viene un sencillo cálculo matemático y el fundamento de mi identificación con el hermano del “pródigo”, esos 600 euros por doce meses hacen un total de 7.200 euros anuales que añadidos a los otros ingresos de la unidad familiar -la declaración la hago de forma conjunta con mi mujer- nos sitúa a ambos en el 30 % de la escala del impuesto del IRPF; es decir que por los 7.200 euros que disfrutamos ahora -una vez jubilados- y que provienen de nuestros propios ahorros hemos de pagar a Hacienda más de 2.000.
Me figuro que a estas alturas se habrán percatado ya del recuerdo de la parábola en cuestión. Yo, con todos mis respetos al personaje, soy el hijo mayor, el más o menos cumplidor que contribuye a la financiación de los gastos del Estado -o a la reducción de su déficit- con un 30% de mis ingresos y los de mi mujer, el hijo pródigo, por obra y gracia del actual Gobierno, es el que nos ha estado estafando a todos los españoles y que ahora, si decidiese aflorar el producto de su botín, pagaría al fisco tres veces menos que yo; un 10% mondo y lirondo y el padre de las criaturitas pues sería Cristobal Montoro que, con la aquiescencia de su jefe, ha ordenado que los corruptos sólo contribuyan a las arcas públicas con ese ridículo porcentaje mientras que el resto tengamos que contribuir con un 30% -que sería mi caso- pero que podría llegar hasta a un 45% pues ello dependería de la cuantía total de ingresos declarados.
Cuando, finalmente, presente mi declaración lo primero que haré será tomarme una tila para los nervios y a renglón seguido solicitaré al ministro de Hacienda que saque alguna normativa en virtud de la cual considere a mi plan de pensiones como dinero negro y, de esta forma, tener el mismo trato fiscal que los defraudadores y además, porque me da mucho morbo pensar que Montoro me recibirá con los brazos abiertos y me agasajará como a un auténtico estafador que se ha convertido en ciudadano de pro.
Gerardo Rivas Rico es licenciado en Ciencias Económicas