Este es su gran triunfo, tal y como aseveraba Marcuse: el sistema capitalista ha cortocircuitado todo intento de crítica radical y, por consiguiente, destructiva para con ella, al convertirse en la forma arquetípica de percibir, de entender, de estructurar la realidad. Dicho en otras palabras, cualesquier discurso que pretenda efectuar una crítica radical del proceder capitalista, se encuentra ante la encrucijada de que se fundamenta en el propio sistema que crítica. El discurso crítico cae en las redes capitalistas porque nunca ha salido de ella. De ahí que toda tentativa de pensamiento crítico se desvanece al ser considerada como un mero acto de rechazo parcial, pose, pataleta, ya que jamás será radical.
La lógica del sistema ha conseguido burocratizar de tal manera la existencia del sujeto, que impregna por completo su manera de interpretar y estructurar su realidad y, por consiguiente, determina cualesquier tipo de discurso. Este es el gran éxito: que un sistema meramente económico ha conseguido convertirse en una forma de estructurar la realidad y, por consiguiente, se ha erigido en una actitud, en un rasgo que define al sujeto.
No obstante, el darse cuenta de una situación determinada ya es un signo de la capacidad que tenemos para poder trascenderla, tal y como formuló Freud. Por ese motivo, mejor nos vendría si asumiésemos que, hagamos lo que hagamos, el dinero, la plusvalía, el valor de cambio, de uso, el interés, la competencia y demás categorías que configuran la constelación interpretativa del capitalismo, nos determinan. De esta manera, podríamos ver las cadenas que nos aprisionan, pero, de forma simultánea al advertirlas, también emergería la posibilidad de observar su forma, su materia y, por ende, su posibilidad de volatilizarlas como instancias opresivas.
Oriol Alonso Cano es filósofo