Escuchaba hace unos días, en un brillante y precioso alegato en contra de la tortura animal, de boca del comunicador mexicano Marco Antonio Regil, unas palabras que resumen muy bien la actitud que millones de ciudadanos españoles y del mundo tomamos ante el siniestro tema de la crueldad contra los animales. “Yo estoy a favor de la paz, decía Regil, a favor de la compasión, de la solidaridad, de la unidad, no sólo entre los seres humanos, sino entre absolutamente todos los seres vivos”. “Si queremos tener paz, tenemos que ser paz,…Está comprobado que, cuando los seres humanos conviven con la violencia hacia los animales es mucho más fácil construir ese puente que traslada esa misma violencia hacia otros seres humanos”.

Quizás sobre, a estas alturas, cualquier disquisición que insista en que nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a aniquilar de manera gratuita la vida de ningún ser vivo, en que la sabiduría universal de todos los tiempos y todas las culturas humanistas contempla el respeto a la vida animal como el mismo respeto a cualquier vida de cualquier especie. Quizás no valga la pena insistir en los argumentos contundentes que nos ofrece el humanismo, la espiritualidad verdadera, e incluso la ciencia, para considerar a todas las criaturas vivientes como merecedoras del mismo respeto, porque, en realidad, todos formamos parte de la misma unidad en la que todas las partes de la existencia están, estamos, íntimamente relacionadas. No es verdad, como considera el cristianismo, que el ser humano sea la creación excelsa de la naturaleza, es simplemente una parte más de ella…y lo de la más excelsa, realmente lo pongo en duda.

Decía Don Eduardo Galeano, en su Derecho al Delirio, que imaginando el mundo soñado podríamos imaginarnos ese mundo en que la Iglesia añadiría ese mandamiento que, sorprendentemente, se le olvidó a dios : “Amarás a los animales y a la naturaleza como a ti mismo, porque de ella formas parte”. Y decía el filósofo eminente Arthur Schopenhauer que la compasión por todos los seres vivos es la prueba más firme y segura de la verdadera conducta moral del ser humano. Y argumentaba otro hombre eminente, Thomas Alba Edison que es la cultura de la no violencia la que nos puede llevar a la paz, porque mientras no dejemos de dañar a otros seres vivos no dejaremos de ser unos vulgares salvajes.

La evolución ética de las sociedades del siglo XXI es absolutamente incompatible con el desprecio, la tortura o la crueldad para con la vida animal, y absolutamente contraria a la crueldad hacia cualquier vida por placer o por dinero. Por más que un jefe de Estado, un rey, que supuestamente marca pautas de ejemplaridad y de conducta moral hacia los ciudadanos, se dedique, en su tiempo libre, a matar animales protegidos y en peligro de extinción, la humanidad no puede evolucionar de otro modo que hacia esa ética universal que contempla la existencia como una totalidad cuyas partes, interdependientes todas, están obligadas a la solidaridad y al respeto recíproco, aunque sólo sea por el propio egoísmo de la supervivencia humana.

El rey ha pedido disculpas, pero las ha pedido a posteriori. Si no hubiera habido rotura de cadera no hubiera habido disculpas. Y dudo mucho que en esas disculpas vaya implícito ningún pesar por la muerte gratuita de los elefantes que hayan muerto a manos reales, por la simple razón de que es algo que el rey lleva haciendo toda su vida. Sin saberlo, estos últimos elefantes de Bostuana, disparados a bocajarro, contribuyen al republicanismo español.  Por mi parte, me autoproclamo, como Marco Antonio Regil, defensora de la paz, de la solidaridad, de la compasión y del amor entre todos los seres vivos. Y creo que se va haciendo patente la necesidad de cuestionar la monarquía como ese supuesto baluarte que une y representa a toda la ciudadanía. Por mi parte, no me siento, en absoluto, representada por alguien capaz de matar por diversión, en aparente pervivencia de antiguos y crueles regios privilegios, a una vida inocente y desprotegida. Y, por supuesto, me adhiero al republicanismo como el modo de gobierno más justo, más humanista y más democrático.

Coral Bravo es Doctora en Filología