Éste es el salto adelante. Un retroceso enorme. Ya ven la modernidad y la adaptación al siglo XXI que defienden. La justicia social y la auténtica democracia forman parte de un ideario muy vetusto y esto no vale porque nos quedaríamos atrás. El sentido común de la derecha extrema funciona. El progreso solicita desarmar totalmente a la población y ponerla a merced de los que más tienen para que nunca levante cabeza.

Decir “mercancía conservadora de siempre”, como afirma el líder de la oposición, Pérez Rubalcaba, es casi un piropo, ya que el ataque al personal es del más grueso calibre. Rajoy tenía que pillar la poltrona como fuese para activar su proyecto oculto. Y la pilló mintiendo a los desprevenidos y a algunos desencantados.

Además, los ángeles de la guarda de la Unión Europea y los mercados financieros que velan por nosotros, con la luz verde otorgada por este orden desordenado de cosas, nos felicitan. La autoridad competente, o incompetente para ser exactos, nos da terroncillos de azúcar para endulzar el amargor de cada día.

Dadas estas circunstancias, los españoles tienen motivos para la satisfacción. Por eso el 89% considera que la situación es mala o muy mala en este inicio de la legislatura de las reformas de Rajoy y sus colegas. Se sabe que, para recuperar la actividad económica, la confianza, la inversión y la creación de puestos de trabajo, hace falta, según el credo más caciquil, rendirse ante el capital puro y duro y perder los más simples derechos en beneficio de la derecha. De la derecha extrema que se adueña de nuestras vidas.

Todo sea por la mejora y el sostenimiento de un sistema de bienestar al que muchos no van a poder aspirar nunca. Unos viven y seguirán viviendo. Otros sobreviven como pueden y continuarán así con mayor o menor número de migajas para llevarse a la boca.

El Ejecutivo se preocupa de la situación de los emprendedores y en ellos confía de cara a la generación de riqueza y empleo. Obsequia generosamente a los amos del dinero una reforma laboral que sólo puede generar más pobreza y trabajo basura. Todo vale en perjuicio de los trabajadores. Por si fuera poco, ofrecen lo inadmisible como si fuera una bendición del cielo.

La reducción del déficit se viste de falsa equidad. Los sujetos bien acomodados en esta feria de los abusos no sufren ningún roce. Defraudan, ordeñan a la ciudadanía… Es decir, un atentado inconstitucional como tantos otros. La floja democracia cae grogui al suelo y el oscuro guión se va cumpliendo con la firme idea de afianzar más aún el peso de los gordos sobre la debilidad de los contribuyentes.

No de una forma coyuntural mientras el vehículo circule por donde hoy circula. ¿Qué frutos pueden recogerse con semejante siembra? El presente se resquebraja y el futuro sólo sonríe a quienes pretenden sanear las cuentas a costa de los sacrificios ajenos.

El Partido Impopular, el de los trabajadores, toma medidas realistas y valientes. España cumple. Cortan el oxigeno a la población y se da cobertura legal a la disolución de los derechos laborales y sociales. Dan impulso al autoritarismo y aspiran a que los parados se humillen ante la reforma por un miserable plato de lentejas.

Cospedal, la reina de la clase trabajadora, lo explica muy bien: “Yo creo que la mayoría querría cualquier vía para acceder a un empleo”. Los dolores no son para ella. Se sirven de la necesidad del ciudadano para explotarle y reírse de él tranquilamente. La fórmula “trabajar más, ganar menos y hagan de mí lo que ustedes quieran” es la brújula que rige nuestro destino.

En esa onda están todos nuestros gloriosos salvadores. El presidente de Mercadona, por ejemplo. El sentido de la vida se reduce a la productividad. En algo tiene razón este personaje, cuya sociedad obtiene un beneficio neto de 320 millones de euros. Estamos en una “tercera guerra mundial sin balas y sin bombas”.

La revolución conservadora, aun así, lanza sus torpedos en la línea de flotación de la gente de a pie. Una manera clara de agresividad. La deshumanización navega viento en popa a toda vela. El Papa cree que “la violencia es un instrumento del anticristo”. ¿Se referirá a los saqueadores que sufre el pueblo que de soberano no tiene nada? Hay que reformar mucho. Sí. A toda esta trouppe de cuatreros y al amplio club de truhanes que maneja la gran batuta del mundo a su antojo.

Marc Llorente es periodista y crítico de espectáculos