Alberto Contador ha sido víctima de esa hipocresía; de un afán de persecución contra el deporte español que roza el esperpento entre, por ejemplo, muchos medios de comunicación franceses que curan las frustraciones por los ridículos recurrentes de sus deportistas patrios arrojando la sombra de la duda sobre los éxitos cosechados al sur de los Pirineos. Y no es patriotismo barato. Contador, y como él muchos otros durante los últimos años, humilla el orgullo gabacho en el Tour de Francia con la misma puntualidad que tiene Rafa Nadal ganando Roland Garros. Demasiado, mon Dieu! Pongo esto en primera persona, porque llevo viendo dar pedales a Contador desde que militaba en un pequeño equipo llamado Iberdrola. Por aquellos años le observada muy de cerca, desde una moto al lado de su bicicleta, mientras él acumulaba victorias en montaña y contrarreloj con una facilidad que no dejaba indiferente a nadie. Hoy es un deportista condenado. Bajo sospecha. Señalado como culpable sin que nadie haya probado la intencionalidad de su delito. Tendrá que apelar el ciclista una vez más a la épica perdida, aunque esta vez no sea para remontar las curvas de puertos míticos en Los Alpes. Sacar de nuevo la casta; morirse encima de la bicicleta legal, para poder volver dentro de unos meses a la carretera y volar vestido de amarillo sobre los intereses que habitan el deporte y la hipocresía de los perdedores habituales.
Ion Antolín Llorente es periodista y blogger
En Twitter @ionantolin